1ª Parte EL PUEBLO
Escrito por kriptomana (Desconectado Offline), el 25 de marzo de 2009
1ª Parte EL PUEBLO
Terminaba el cuarto curso de Derecho cuando me encontré que no tenía trabajo para el verano. Sin un trabajo que me permitiera ahorrar,
no podría realizar en condiciones el último y definitivo curso de la carrera. Quizás, el más importante de todos. Trabajar en verano más las becas me permitían llevando una vida austera, dedicarme por completo a mis estudios. Había visto a buenos estudiantes tener que abandonar los estudios, o repetir curso porque el dinero no les daba para más.
Empezaba a morderme las uñas de desesperación cuando un amigo me dió un nombre y un teléfono. Enseguida llamé y como las condiciones parecían buenas y el sueldo estaba b ien acepté. Así, el 15 de junio de aquel año empaqué cuatro cosas, la mayoria libros de derecho y alguna novela, y me dirigí a un pueblecito del interior: San Jacarillo.
El pueblo era decepcionantemente pequeño. Constaba de una avenida principal que abocaba en una plaza donde estaba el ayuntamiento, el cuartel de la guardia civil, un centro médico y la oficina postal. En el centro de la plaza el busto de bronce de un prócer olvidado se fundía bajo un sol de castigo como mi cerebro cuando me dirigía sudoroso y cansado hacia el hostal donde me hospedaría. Encabezando la plaza una iglesia apuntaba al cielo raso con su picudo campanario, donde anidaban una familia de cigüeñas.
El calor era seco y espeso, como era de esperar en un lugar tan árido y polvoriento, de llanuras amarillo limón y árboles enanos que no darían sombra ni a una ardilla y que crecían de lado, retorcidos sobre su propio tronco, pegados los unos a los otros, aterrorizados por el viento que, de vez en cuando, debía pegar fuerte por aquellos lares.
Dejé mis cosas en el único hostal del pueblo. Una casona de paredes blancas y encaladas, con unas diez habitaciones, que a juzgar por la soledad de sus pasillos, no debían estar ocupadas. Lo bueno era que el interior era fresco y agradable. Además, mi habitación estaba limpia y un balcón lleno de macetas y flores abría un poco aquella habitación simple a la frescura de los jardines.
La estancia y la comida era un emolumento adicional a mi sueldo que me venía de perilla para mi afán ahorrativo. Así, todo el mensual iría directo y limpio a mi libreta de ahorros. Esa fue una de las razones que me habían empujado a aceptar aquel empleo con celeridad. Mi trabajo era en la estación de ferrocarril de San Jacarillo. Allí, me dirigí trás una ducha agradable que refrescó mi ánimo vapuleado. Los viajes en autobús no son precisamente agradables cuando el vehículo es viejo y destartalado, carece de aire acondicionado y sus pasajeros parecen tener todos una extendida fobia al agua y al jabón.

 

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Escrito por kriptomana (Desconectado Offline), el 25 de marzo de 2009
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La estación, de paredes blancas como todos los edificios del pueblo, tenía varias dependencias. Las oficinas que comunicaban con la ventanilla de venta de billetes, un almacén y la caseta, pequeña y ventilada del guarda. El Sr. Blanquillo, ... Leer mas


 
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