PARTE 4ª: LA HISTORIA QUE CONTÓ EL ESPECTRO
Escrito por kriptomana ( Offline), el 25 de marzo de 2009
Cuando terminé saqué mi paquete de tabaco y le ofrecí un cigarro. El hombre dejó de mirar el vacío y sonriendo levemente cogió un cigarro con una mano firme y tranquila. -Que buena noche...-dije por decir algo. Tenía ganas, no sé porqué, de entablar conversación y empecé como lo haría cualquiera que no tuviera ni un poco de imaginación. -¿Es usted maricón?.-me pregúntó sonriendo. Sorprendido me reí nervioso. -Nooo.-protesté algo escandalizado, sin saber bien porqué. -Tranquilo.-contestó en el mismo tono jocoso.-si no me importa. Fumé tranquilamente mientras él hacía lo propio. Luego, me reí silenciosamente. -Soy el vigilante de la estación. Quería verle, eso es todo.-dije con tranquilidad. -Sí, lo sé. Ya le he visto. -Tenía curiosidad, eso es todo. -Quiere saber que hago aquí cada día, ¿no?. -Me llamo Julian.-alegué en mi defensa. Me estaban tildando de forma fina de cotilla. -Yo me llamo Hector Frías. Estoy esperando un tren....-dijo, luego añadió en un murmurllo: ...un tren que no llega. Me quedé sorprendido. Aquello no me lo esperaba. -Pero es que no hay trenes hasta las 6 de la mañana. Se lo digo de buena tinta. Hector dió una bocanada profunda al cigarrillo, como si fuera el primero en mucho tiempo. -Sí, también lo sé. Después de tres años me sé los horarios al dedillo. No dije nada a la espera de una aclaración que no tardó en aparecer. -¿quiere que le cuente porque estoy aquí?. Pues bien, lo haré. Yo también necesito hablar después de tres años de silencio forzado...Hace 23 años más o menos, yo era un hombre gris, un simple funcionario de Registro Civil. Un hombre sin familia, ni mujer, ni hijos. Un soltero empedernido que solo tenía una única pasión. Y esa era la de escribir. Porque mi pasión única en la vida era escribir. Tenía varias novelas, había escrito miríadas de cuentos, había participado en cientos de concursos pero...las editoriales me rechazaban las novelas, nunca ganaba en ningún concurso literario y mis cuentos no los leía nadie. Alguien me había escrito diciendo que tenía talento pero que mis premisas eran de todo inoperantes en términos comerciales....así, literalmente: inoperantes en términos comerciales. No sé que cojones significa eso, bueno si, me hago una idea, pero no entiendo porque utilizan ese lenguaje tan chusco. No lo entiendo. La cuestión es que vivía una vida uniforme y sin grandes sobresaltos. Cada día, de lunes a viernes, iba a trabajar al registro y tardaba en el traslado una hora...ya sabe, una hora para ir, una hora para volver, una hora para la comida...la cuestión era que a fin de cuentas, me tiraba todo el día fuera trabajando, y llegaba a casa hecho polvo, sin ganas para nada. Solo podía hacer dos cosas: leer y escribir. Me mantenían vivo. Era mi balón de oxígeno. En cuanto al amor, era para mi pasajero. Y no es que no conociera mujeres, es simplemente, que ellas se daban cuenta de que conmigo no iban a llegar a ningún sitio. Todas ellas tenían sueños comunes: casarse, tener hijos, comprar una casa, un coche, envejecer junto a un hombre bueno. El amor me enganchaba unas semanas, luego, desaparecía la chispa del deseo o la novedad, no sé bien que sería, y perdía interés. Ellas acababan desencantándose y me dejaban. Yo no tenía valor ni memoria para dejarlas. Era demasiado esfuerzo, así que simplemente como un asesino del amor, lo dejaba languidecer, amustiarse y quedarse sin fuerzas, hasta que finalmente moría de puro aburrimiento. Así hubiera seguido indefinidamente perdido en un mundo de niebla, sin destino, sino fuera porque una noche al volver del trabajo perdí el tren de vuelta. Tenía que esperar una hora o quedarme a dormir en la ciudad. Pensé en esperar mientras dejaba vagar mi mente en nuevas ideas para una novela que estaba construyendo en mi mente. Así que, allí me quedé en el andén, solo, esperando a aquellas horas de la noche. Imaginaba que mas tarde aparecería gente, pero como la soledad no me asusta pronto me sentí a gusto. De repente, entró en la estación un tren. Me quedé sorprendido porque apenas había hecho ruido. Además era una máquina un tanto extraña. Toda negra y sólida como las máquinas antiguas que se ven en los grabados de historia. Un hombre uniformado saltó al andén e hizo sonar una campana. Miré el reloj. Sólo habían pasado cinco minutos. "Oiga...oiga, ¿va este tren hasta San Jacarillo?".-Le pregunté cruzando los dedos. El hombre me contestó con una sonrisa: "Este tren llega a todas partes..." Sin poder creer mi buena suerte, subí al tren de un salto. El hombre me acompañó hasta un compartimento y pagué mi billete. Pronto empezó a moverse, y diez minutos más tarde, me quedé dormido.
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1
Escrito por kriptomana ( Offline), el 25 de marzo de 2009
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Una mano me agitaba y desperté sobresaltado. Era el revisor del tren. -Ultima estación.-Dijo. Me incorporé lentamente. El hombre salió del compartimento. Cogí mi maletín y salí a la estación. Curiosamente era de día. Y aquella no ... Leer mas
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