LA HISTORIA QUE CONTÓ EL ESPECTRO.
Escrito por kriptomana ( Offline), el 29 de marzo de 2009
Ni que decir tiene, que aquella muchacha había causado en mí algo más que una honda impresión. Y si el amor es algo químico, no lo sé. Cuando volví a la mesa no podía dejar de pensar en su mirada. Luego, me puse a mirar sus ilustraciones que compartí con el resto de contertulios. Todos ellos coincidieron en que era una persona con talento. Así que, mi propio agente me prometió ponerse en contacto con ella. Seis meses después me casé con Mary Cohr. Durante un tiempo vivimos en hoteles hasta que ella se quedó embarazada. Aquello cambió por completo mi perspectiva y como un pájaro comencé a construir el nido. Compramos una casita en las afueras. Estaba cerca del pueblo, y al lado había un bosque que daba al mar. Quería que mis hijos crecieran en medio de la naturaleza. Durante las mañanas dábamos largos paseos, luego volvíamos a casa. Yo escribía, ella dibujaba. Si hacía sol nos sentábamos en el jardín. Aquel período fue el más fértil para los dos. Nació nuestro hijo Alejandro. Y luego, vinó Adriana. Todo era nuevo para nosotros. Aquellas dos vidas llenaban la nuestra con una vitalidad que ni el arte podía ensombrecer. Yo estaba maravillado. No quería perderme sus primeros pasos, sus primeras palabras. Los niños veían el mundo de una forma tan inocente, que sus propios padres comenzamos a percibirlo de nuevo. Tener hijos tiene eso, los propios padres comprenden de nuevo el mundo, recuerdan de alguna forma, aquella manera de verlo que habíamos olvidado. Y los niños son nuestras nuevas gafas. Sustituyen esa apatía que genera el paso de los años. Y que hacen de la existencia un objeto usado y viejo, al que no prestamos atención. Así pasaron los años. Mis novelas crecían en número. Mary las ilustraba con su peculiar estilo, al que le salieron imitadores. Tuvimos muchos problemas, pero eso se debería contar en otra historia. Mi hijo... Aún hoy después de tres años siento ese nudo en el corazón. Un día de verano, Adriana llegó corriendo, pálida. Alejandro se había caído al agua y no había vuelto a aparecer. Aún no sé muy bien que ocurrió. Recuerdo todo aquello como en una bruma. Bajamos a la playa. Mis hijos eran excelentes nadadores. Ví enseguida su cuerpo flotando bocabajo y me tiré al agua con la ropa, los zapatos. No pensé en nada. Como pude tragando agua y mezclando mis lágrimas con el agua salada del mar lo arrastré a la orilla. Mary se abalanzó sobre él gritando. Tuve que empujarla e intenté reanimarlo. No volvió a la vida. Adriana temblaba contemplando la escena. Mi mujer cayó llorando sobre el cuerpo de mi hijo. Adriana abrazó a su madre. Yo no podía. No pudé hacer lo que tenía que hacer, que era compartir el dolor. Retrocedí y simplemente me fui. Eché a correr, me alejé de allí. Durante dias anduve vagando por los caminos secundarios. Llegué a una estación y esperé en el andén. Una noche vino un tren. Era una máquina oscura, sólida. Apenas hacia ruido, y de su vientre brotaba un vapor blanco que silbaba amortiguado, como si estuviera todo envuelto en una campana invisible. Bajó un hombre con una campana que hizo sonar sin ninguna alegría. Sin mediar palabra, subí a la máquina. Sabía que aquel era el tren que había estado buscando en la última semana.
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1
Escrito por kriptomana ( Offline), el 10 de abril de 2009
· Leído 13 veces · Sin comentarios · 1 pasaje debajo
"...Así, volví al lugar de donde nunca debiera haber salido. Cuando me dí cuenta, estaba de vuelta en San Jacarillo, sin dignidad, sin dinero, sin familia, sin ninguna vida que vivir. Durante tres años he malvivido arrastrando mi ... Leer mas
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