EN EL ABISMO
Escrito por jomapare (Desconectado Offline), el 08 de abril de 2009
Esa mañana me desperté con un fuerte dolor de cabeza, el sol por la ventana me cegaba, me levante y fui directo a la cocina, el frío del piso no me importo en absoluto, necesitaba una cerveza lo más pronto posible. Abrí el refrigerador y tome una de lata, la bebí lo más rápido que pude como un becerro queriendo terminar la leche de una ubre. Mi mente aturdida por la resaca y el acabarme de levantar me dejo entrever que mi hija debía ya irse a la escuela, fui a su habitación y no me sorprendió ver la cama vacía, como en otras veces ya se había ido. Me importo poco, fui a la sala y me desplome en el sofá, busque el control remoto entre los cojines y encendí la televisión, ví la hora, con gesto de molestia y una enorme flojera en mi espalda me levante para darme un baño.

Eran cerca de las diez de la mañana cuando deje la tercer lata de cerveza en la mesa y me apresure a salir en busca de trabajo; el sol lastimaba mis ojos me coloque una gafas obscuras y tome el microbús que me dejara cerca de las oficinas de empleo; el trayecto se me hizo sumamente largo y lo aproveche para maquillarme un poco y masticar varios "cliclets" con sabor a menta a fin de mejorar mi aliento.

¡Maldita suerte! Otro día perdido, no había nada para mí, o seria que mi estado por más que quería disimularlo no era lo suficientemente bueno como para inspirar la confianza de un empleo; llegue a casa a eso de las tres de la tarde, hacia un maldito calor insoportable. Me tire en el mismo sofá, el de siempre, frente a la televisión. Saque de la bolsa de súper un nuevo paquete de seis cervezas, destape una, me imaginé como esos hombres que se tiran de igual manera para ver su partido preferido; mi hija salió para arruinarme la tarde, no dijo nada hasta que voltee la mirada hacia ella.
-¿Quieres comer? -pregunto algo temerosa- hice huevo con frijoles....pero dame para las tortillas.
Se hizo un silencio entre las dos, ella esperando una respuesta y yo esperando que se fuera.
-¿Ya no hay? - Pregunte sumamente indiferente al ver que no se retiraba.
-No. Se acabaron anoche.
Busque en la bolsa y le di una moneda de cinco pesos, mi actitud era lo más cortante posible, pues esa niña de apenas doce años era el recuerdo de todo lo malo que me había pasado en la vida, o al menos eso era lo que yo creía. La quería, sin embargo algo en mi hacia rechazarla a un grado tal que sentía odiarla, no es difícil entenderlo si una mujer en mi estado: con la moral destrozada, sin esperanza en la vida y con un alcoholismo avanzado no quiere a nadie, ni a si misma.

Cada día que pasaba en el espejo era como medio año transcurrido; de mí ya no quedaba nada, mi rostro demacrado, cansado y delgado de no comer demostraban mis pocas ganas de vivir y de salir adelante.

Llego mi hija, se veía presurosa por comer, no dijo nada ni pidió ayuda, desde muy pequeña aprendió a ser autosuficiente y mi madre le enseño a ser ordenada y hacendosa. Salió y entro de la pequeña cocina varias veces, llevo la sartén con el huevo que había preparado, una jarra con agua, dos vasos y dos platos.
-Ya está listo mamá. Sonrió tímidamente sin obtener respuesta igual de mi parte
-Ya voy.
Sin zapatos fui hacia la mesa y me lleve las cuatro cervezas que me quedaban.
-Estas tomando mucho.
-¿Te importa?, ¿Tu las pagas?
No dijo nada, callo como cada vez que le hacia un comentario tan hiriente, solo ví correr de sus ojos varias lagrimas, apuro a terminar su comida y se levanto de la mesa llevándose su plato y su vaso, la vi casi salir corriendo rumbo a su recamara, sabía que la había lastimado y aunque quise correr tras de ella y pedirle perdón no lo hice, golpee la mesa, el plato y me solté a llorar como tantas veces lo había hecho.

Esa noche tome como últimamente lo estaba haciendo y a un grado tal que me orine ahí mismo en la silla del comedor, vomite rumbo al baño y solo como entre sueños recuerdo ver la cara de mi hija tan asustada. No sé cómo logró subirme a la cama pero desperté en ella.

Al otro día la cabeza me explotaba nuevamente, mi ropa estaba sucia, olía a orines cerveza y vomito. No sé qué hora era pero debía ser muy tarde, ni siquiera me acordaba de mi hija. Tocaron a la puerta, me puse la ropa que encontré más a la mano, se trataba de una mujer joven, no más de treinta años, vestía formalmente, se veía de una apariencia tranquila, más no dulce.
-Buenas tardes, ¿Es usted la madre de Clara? -Cuestiono.
-Si, ¿le ha pasado algo?
-No. Afortunadamente aún no. Mi nombre es Elisa, soy profesora de su hija.- Dijo tendiéndome la mano, yo extendí la mía pálida y temblorosa.
-Dígame en que puedo servirle.
-¿Puedo pasar?- Pregunto
-No. -Dude un poco- es que… vera… la casa no está en condiciones. Me sentí avergonzada como ya no lo hacía desde hacia tiempo.
-Me gustaría hablar con usted. Quizá este no es el mejor momento pero en verdad me gustaría tener una charla de mujer a mujer.
La reja nos separaba pero aun así pude verla directo a los ojos y note en su rostro la mejor intención de ayudarme, pero ayudarme a que, me pregunte; más tarde entendería que ya mi estado era la de una alcohólica y que me sentía lo suficientemente fuerte como para no necesitar de la ayuda de alguien.
- Se lo agradezco mucho pero mi hija y yo no necesitamos de la ayuda de nadie. Dije un tanto molesta y di la media vuelta.
-¡Espere! -Grito desesperada y cerré la puerta de la casa, toco dos veces más pero no salí a su llamado.

Regrese a la cama pero en mi mente aturdida se repetía una y otra vez la imagen de esa mujer ofreciéndome ayuda. “De mujer a mujer” “Me gustaría hablar con usted” rodaban en mi mente como un carrusel, subían y bajaban. ¿Desde hace cuando no hablo con alguien?, ¿Desde cuándo perdí contacto con el mundo? Así en medio de mis dudas y miedos me quede dormida.

 

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Escrito por jomapare (Desconectado Offline), el 23 de abril de 2009
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