Desperté en un hospital, el cuerpo lo tenía hinchado y me dolía cada centímetro del cuerpo, por increíble que parezca estaba viva. Una enfermera cambiaba el suero al paciente de la cama de a un lado.
-Señorita - Dije, y los labios me dolieron como nunca, la sangre seca y las heridas no eran para menos.
Sin siquiera voltear solo dijo: "Tranquilícese, el doctor vendrá en seguida" dicho esto y terminando su labor se alejo, no pude ver a donde, la posición no me permitía hacerlo.
Pasaron varios minutos que para mi fueron eternos, pero que podía esperar, no estaba en un hospital privado así que me tendría que aguantar hasta que algún doctor estuviera desocupado.

Al fin llego una doctora, bastante joven y seguramente pasante, lo digo por su expresión y la manera de tratar a la gente, creo que cuando alguien ya lleva tiempo en esa profesión se acostumbra demasiado al dolor y por lo tanto actúa con más indiferencia o frialdad según el caso.
La doctora me dijo que había tenido bastante suerte, una patrulla había pasado cuando aquellos hombres me estaban golpeando y por eso huyeron. Aún mi cabeza no podía reaccionar con total claridad, me sentía como perdida en un laberinto, no hilaba bien mis ideas y era toda confusión; entre las preguntas del médico, las de un representante del ministerio público y la tomas de dos tipos de estudios diferentes yo estaba completamente aturdida; no sé si fue el medicamento, el cansancio o qué pero me quede dormida. A últimas fechas mi vida era así, perder el sentido por el alcohol y despertar en algún otro sitio sin saber cómo ni cuando llegue a ese lugar, lo mismo sucedió en esta ocasión. Recobre el sentido y al parecer era ya otro día, vi doctores y enfermeras diferentes, una de ellas se acerco, me llevaba el desayuno, jugo de naranja, leche, té y un poco de gelatina, los tres líquidos tenían popote pues en mi estado era seguro que no podría masticar ningún bocado.
-¿Cómo se siente? -Pregunto. Al poner sus ojos en mi quien sabe cuál sería la imagen que tenia porque vi en su mirada una expresión de lastima.
-Me duele mucho la espalda... ¿Han venido a preguntar por mi?
-No lo sé -Dijo mientras elevaba un poco la cama con el sistema manual. - Pero si se algo cuando regrese yo le digo. ¿Cómo se llama?
-Sara Martínez Juárez.
-Intente comer un poco. Enseguida regreso. La enfermera gordita, nunca supe su nombre, se alejo y me quede a solas; en esta posición pude ver a los demás pacientes.
Las horas en ese sitio me parecieron eternas, ahora lo único que hacía era pensar en mi hija, la había dejado encerrada, eso me aliviaba por un lado pero por otro me hacía pensar que podía tener hambre y que nadie podría venir a buscarme. Mi madre había muerto hacía dos años, me encontraba relativamente sola, mi único hermano esta en los Estados Unidos, se fue ya hace catorce años y no creo que regrese.
La enfermera gordita regreso poco después y no me dio ninguna noticia; también me llevo la comida de medio día y mi insistencia fue en vano; pregunte por mis cosas, si entre ellas se encontraban mis llaves y toda respuesta fue negativa, seguramente las había perdido esa noche cuando me golpearon. Mi paciencia estaba llegando al límite.
Esa noche fue una de las peores que pase en mi vida, no podía dormirme. Escuchaba en medio del silencio los quejidos de los enfermos y en mi cabeza la imagen de mi hija me daba vueltas. Esperaba con ansia que amaneciera como si eso trajera una nueva esperanza.

La cortina de la ventana se había quedado abierta, desde mi cama pude ver toda la noche el cielo obscuro, ahora, ya de mañana, pude ver los primeros rayos del sol iluminando la parte alta del edificio de enfrente. Las horas no se hicieron menos lentas, al contrario, parecían hacerse más pesadas y angustiantes, toda la mañana estuve esperando y nada. Pedí, no, es más implore a la enfermera que fuera a casa y viera como estaba mi hija, ella prometió hacerlo cuando terminara su turno.
No se qué hora era cuando vi entrar a Elisa la profesora de mi hija, un nudo en la garganta se me hizo de inmediato.
-Sra. Sara ¿Que paso? ¿Cómo se siente? -En su rostro pude ver el asombro y la angustia.
No respondí a su pregunta, había algo más importante.
-¿Clara? ¿Cómo esta ella? -No pude más y me solté a llorar.
-Ella está bien, la deje afuera, no le permitieron pasar.
-La deje encerrada, ¿Cómo se salió? - Yo continuaba llorando.
-Rompimos un vidrio, se me hizo extraño que no se presentara a la escuela y pase a verla.
-Dígale que estoy bien...no la asuste.
En ese momento la profesora me miro extrañada.
-¿Porque si le importa tanto su hija es así con ella?
No le sostuve la mirada, no podía verla a los ojos.
-Mañana la darán de alta, ya le hicieron los estudios y dicen que a pesar de la gravedad de los golpes no paso a mayores.-Dijo para cambiar de tema.
-Dígale a Clara que empeñe mi reloj y la televisión, espero que alcance.
-No se preocupe por eso, ya veremos cómo le hacemos.
Le pedí a la maestra que no estuviera mucho tiempo, que mejor saliera a decirle a mi hija que todo estaba bien.
Al otro día por la mañana fui dada de alta, me sacaron en una silla de ruedas, al verme Clara se quedo pasmada viendo las heridas que tenía en la cara, pero a pesar de eso y midiendo la fuerza de sus brazos para no lastimarme me abrazo con toda su alma, pude sentirla tan cerca como hacia tantos años, cuando yo era la mujer más feliz del mundo y mi sueño era casi perfecto.
El taxi nos dejo frente a la casa, Elisa y mi hija me ayudaron en todo lo posible para bajar del auto. Los pasos desde la calle hasta la reja y luego de esta hasta la puerta de la casa me fueron muy difíciles. Al pasar frente al espejo cerca de la puerta por primera vez pude ver mi cara, estaba irreconocible, la única vez que vi mi rostro así fue cuando me dio varicela, costras de sangre, manchas moradas y en la frente una gran abertura; tuve que contener mi asombro y ser fuerte como nunca para no soltarme a llorar y agregarle una gota mas a mi amargura.