18 de Mayo de 1997
Escrito por Janherbergh ( Offline), el 20 de abril de 2009
Me llama. No puedo expresarlo de ninguna otra forma. Como si estuviera viva, como si tuviera consciencia, siento que me está llamando. No tiene sentido despertarse en plena noche con su imagen en mi cabeza, es algo que sólo podría ocurrirle a alguien que se está volviendo loco. Eso me asusta, pero no tanto como saber que no soy el primero en mi familia que enloquece de la misma manera. Por eso he decidido empezar este diario, para que en el caso de estar realmente sufriendo algún tipo de delirio y me acabe sumergiendo por completo en él, pueda encontrarse algún sentido en todo ello. Al menos que yo pueda encontrárselo más adelante. En la ciudad todo el mundo conoce la historia. Los niños se la cuentan, retándose entre ellos a ver quien es capaz de acercarse más. Los viejos la remugan entre dientes cuando llega una sequía o una cosecha se echa a perder. La historia, tal como la cuentan, es poco más que una leyenda urbana cualquiera. Un sistema de cuevas relativamente desconocido e inexplorado que alguien, durante la guerra, creyó podría usarse para construir un bunker subterráneo. Era una buena idea. Al menos en principio. Habilitaron las partes aprovechables y abrieron nuevas galerías cuando se quedaron sin sitio, hasta que llegaron a una construcción mucho más antigua. Algunos dicen que de la guerra de independencia, otros que de la época medieval. Fue entonces la última vez que se supo del equipo de construcción. En este punto las versiones son muy variadas e imaginativas. Fantasmas del pasado, llenos de odio hacia los vivos y deseos de venganza. Monstruos mutantes de las profundidades de la tierra. Humanos que se habían adaptado a la vida subterranea y que sólo se defendieron de la invasión extraña. Locura de los soldados, que se mataron entre ellos. Varios asesinos escapados del cercano psiquiátrico, escondidos en las cavernas durante años. Tantas versiones como narradores para esta historia que los eruditos definirían, sin duda, como folclore local. Lo que no sabe la mayoría de gente es que hay otra historia dentro de la primera. Una que se ha estado contando en mi familia durante generaciones, pasando de padres a hijos, adviertiéndoles del aciago vínculo que hay entre esa cueva y nuestra casa. La cueva, según esta historia, ya fue ocupada y utilizada siglos antes de que los primeros señores feudales vieran en ella la oportunidad de levantar una fortaleza subterránea inexpugnable. No fueron los primeros que lo intentaron, pero sí los que a más profundidad llegaron. Niveles y niveles de catacumbas y mazmorras excavadas en las raíces de las montañas, hasta confundir los caminos que abrió la naturaleza con los que ellos mismos labraban. Y de repente el silencio. La memoria de su existencia se perdió, como si nunca hubieran existido, conservada únicamente por las leyendas de mi familia, unas leyendas en las que ni nosotros mismos terminamos de creer. Luego vinieron otros. Militares, exploradores, monjes. No importaba su origen. Abrían de nuevo la cueva, la expandían, vivían en ella durante años, incluso siglos, hasta que de pronto se dejaba de saber de ellos y caían en el olvido. Hace mucho tiempo, cuando era sólo un niño, mi madre fue obligada por mi abuela, la matriarca de la familia, a llevarnos a todos a visitar a mi tio abuelo. Llevaba desde poco después de la guerra internado en el psiquiátrico de la ciudad. De él no se solía hablar apenas en la familia. No al menos en conversaciones delante de un niño como yo. Las drogas impiden que los pacientes de un psiquiátrico se parezcan a los que aparecen en las películas, aunque sin duda no les dejan en un gran estado. A pesar de eso, no volveré a cometer jamás el error que cometí, inocente de mí, la primera vez que entré en su diminuta habitación agarrado a las faldas de mi madre. Sólo un loco puede mirar a los ojos de otro sin sentir que su propia psique se desmorona. Las drogas nos protegían de él, pero no le protegían de sí mismo. Cuando mi abuela me dijo que me acerara a besarlo, el me susurró, sin que nadie se percatara: Tú serás el próximo. Era imposible que supiera entonces a qué se refería y con el tiempo olvidé sus palabras. Sus ojos siguieron persiguiéndome durante mucho tiempo. Incluso cuando creyeron que era ya lo bastante adulto y me contaron su historia, no las rescaté de mi memoria. Todo cambió tras el primer sueño, hace ya casi un mes. Me desperté en mitad de la noche, con esas palabras escupidas entre labios caidos y una boca pastosa por la medicación, resonando en mi cabeza. Por alguna razón, como otros hicieran antes que él, el hermano de mi abuela abandonó un día su casa y dejando tras de sí una escueta y confusa nota, desapareció adentrándose en la cueva. Al contrario que otros, le encontraron tres semanas después en el bosque cercano, terriblemente mutilado, con heridas que nunca supieron qué podría haber causado, su mente quebrada por completo. No quedaba nada del hombre que fuera una vez. Había ocurrido antes y sabían en la familia que, por triste que fuera, volvería a ocurrir. De modo que como siempre hicieron en el pasado, cuidaron de aquel que había sufrido de nuestra maldición. Y ahora tengo la sospecha de que yo seré el siguiente.
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1
Escrito por Janherbergh ( Offline), el 23 de abril de 2009
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Lo primero que he hecho al levantarme ha sido buscar el diario y leer todo lo que escribí ayer, buscando cualquier pista que delatara la locura que tanto me aterra. Ha sido un error. A cada palabra con la que no estaba de acuerdo ... Leer mas
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