Lo primero que he hecho al levantarme ha sido buscar el diario y leer todo lo que escribí ayer, buscando cualquier pista que delatara la locura que tanto me aterra. Ha sido un error. A cada palabra con la que no estaba de acuerdo o en la que viera un estado de ánimo diferente al que tenía mientras leía, sentía un frío atenazante en las entrañas. No volveré a leer lo que escribo hasta pasado mucho tiempo. Cada día será un prisma diferente con el que contemplaré mi vida y así, tal vez, al final, pueda encontrar lo que es común de todos ellos. Necesito perspectiva para comprender lo que me ocurre y este cuaderno en el que garabateo en minutos robados a mi vida normal espero que podrá proporcionármela.

La urgencia y la fuerza de la llamada parecen haber disminuido. No es ahora tan invasiva, lo que en cierto modo me preocupa aún más. Hoy, a diferencia de los últimos días, no he estado pensando en la cueva, en las historias que la rodean y en los secretos que debe esconder. Me he sorprendido a mi mismo pensando en cual sería el mejor modo de penetrar en ella. Me siento como si una parte de mi ya huviera decidido descender a la cueva y sólo esperara que el resto de mi mente, la parte consciente, se limitara a aceptarlo como algo ineludible. Esa no es una perspectiva agradable. No me gusta mucho pensar en ello.



El respiro que me había concedido ha terminado. Han pasado algunas horas desde que escribí las últimas lineas y su llamada es más poderosa que nunca. Me aboco a escribir en la esperanza de que esta tarea la aparte de mi mente. Puedo verla. No me hace falta siquiera cerrar los ojos. Su imagen está ahí, constantemente, justo al límite de mi visión. Si me concentro en ella es aún peor. Es casi como si estuviera allí realmente. La puerta. Me han hablado de ella, las historias siempre la mencionan. ¿Es mi imaginación o es real? ¿Es tal como la veo? Sé que la idea ni debería pasar por mi mente, mucho menos tomarla en consideración. Pero debo saber si estoy equivocado. Necesito saberlo con un atisbo de objetividad, que mi mente no pueda traicionarme una vez me encuentre allí. Esbozaré la imagen de la puerta que hay en mi mente. Iré hasta la cueva y compararé el dibujo con la puerta que sé que cierra el acceso principal. Necesito hacerlo, verlo con mis propios ojos.



Estoy agotado, pero me obligo a escribir mientras todo está fresco en mi mente. Lo he visto. Y lo que he visto más que traerme algún descanso no ha hecho más que empeorarlo todo. La puerta estaba allí. No era la misma, aunque era bastante parecida. Los detalles de la imagen de mi cabeza, al estar ahí delante, se volvieron más precisos y puede ver con claridad que ni el estilo ni el entorno eran los mismos. Como he dicho, eso debería haber bastado para permitir descansar mi agitado espíritu. No ha sido así en absoluto. Al estar ahí delante, al ver que me había equivocado y que quedaba un resquicio de esperanza para salvaguardar mi cordura, una nueva certeza me asaltó. La puerta que veo en mi mente existe en lo profundo de la cueva, esperando a ser abierta. La llamada que me atormenta, más insistente a cada hora que pasa, procede de ella. O de más allá de ella, mejor dicho. Ahora las preguntas me asaltan. ¿Qué significa la puerta? ¿En qué lugar se encuentra? ¿A qué profundidad del complejo laberinto que aparece en nuestras leyendas? ¿Por que? ¿Porque yo? ¿Porque me llama? El viaje hasta la cueva no es muy largo, unos cuatro quilómetros campo a través, pero estoy agotado. Me cuesta admitirlo, pero al ir acercándome sentía mi voluntad flaquear. Ha sido un milagro que resistiera la urgencia de abrir la puerta que protege el acceso al bunquer y hundirme por fin en ella. Dese que he estado ahí delante, tan cerca, siento que la llamada ha pasado a formar parte de mi. Me asusta, me aterroriza sentir este cambio, pero empiezo a desear descender en la cueva y ver qué se esconde en su interior. Mi lucha ya no es contra una llamada exterior, sino contra mí mismo. Alejarme de allí y volver a casa ha sido casi como arrancarme las entrañas. Estoy tan cansado... No debo volver allí. No creo que tenga de nuevo la fuerza necesaría para alejarme una segunda vez. Estoy cansado... Necesito dormir...