Sinopsis
Acababa de cerrar la puerta. Aquella de madera que carcomía sus lados. El portazo anunciaba que las cosas no iban bien. Mi concentración se mojó con el contacto del agua que bajaba desde arriba. Las gotas resbalan a través de mi cuerpo; llovía copiosamente.
Por mi cabeza sólo caminaba una idea: dejar a Lucía; pero no lo tenía del todo claro. Dudaba, siempre dudaba: decírselo ahora o callar para siempre. Yo la quería: me afirmaba a mí mismo con la cabeza. Mientras, por la calzada circulaban bajo la lluvia intensa coches, muchos coches. Todos siguiendo el mismo criterio. Todos dirigidos por el veredicto de sus limpiaparabrisas: aquellos que se movían de izquierda a derecha. Un movimiento obsesivo que negaba, que me animaba a renunciar a mis pretensiones de dejarla. Los coches insistían en su empeño. No vacilaban. Se mostraban imperativos. Eran muchos. Eran como un no lo hagas persistente. Las dudas ante tal insistencia me obligaron a replantearme las cosas. La decisión estaba tomada: abandoné. Cerré los ojos y di media vuelta. Caminaba con las manos abrigadas en los bolsillos y con paso indeciso. Antes de abrir la puerta regalé unos segundos a la reflexión: -Cupido: inventor del limpiaparabrisas- pensé en un acto de lucidez mientras esbozaba una sonrisa contenida. Lucía seguía siendo mi novia.
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