DESEOS AHOGADOS
Escrito por Isabel60 (Desconectado Offline), el 18 de octubre de 2007
DESEOS AHOGADOS
Elvira era mujer cuarentona con apetencias sexuales muy liberales. Era sutil y ligera como una pluma. Su melena ensortijada se movía como las olas del mar. Sus cabellos, suaves y perfumados, olían a naranja recién exprimida y endulzada. Los cuidaba como si fueran su mayor tesoro. Lavaba cada día y peinaba con sus delicados dedos. Su melena ondeante acariciaba sus firmes glúteos duros como dos melocotones a punto de madurar. Por ojos tenía dos almendras garrapiñadas dulces como la miel. A través de ellos se veía el goce más grande que ella sentía cada vez que andaba y sus muslos rozaban la Rosa roja que escoltaban.

Era una mujer bandera y todos los hombres la miraban y se enamoraban de ella.
Antonio era cincuentón y llevaba más de 11 años sin tocar a una hembra. Sabía cuando Elvira andaba cerca: le llegaba el olor de su perfume afrutado y ácido de las naranja recién exprimido. Ello hacía que su mástil adquiriera dimensiones abultadas que surgían bajo su pantalón. Era como si izara una bandera bajo él. Éste le apretaba hasta el punto de estrangular su órgano viril. Su pantalón quedaba pequeño como si hubiera encogido dos tallas y a punto de reventar por la bragueta. Las mejillas de Antonio ardían y enrojecían por momentos. Ese día no pudo aguantar más y después de 11 años sin estar con una mujer (demasiado tiempo estuvo sin placer), se metió en el cuarto de baño y se hizo un buen desahogo. Estaba tan acalorado y excitado que no le dio tiempo a tapar con papel higiénico y el volcán erupcionó con tanto brío, que llego hasta el techo y salpicó azulejos y puerta. Era como si se hubiera desatado una gran tormenta de leche desde la tierra que subía y subía y se desbordada como un mar de lava blanca.

Antonio a partir de este día recuperó su deseo sexual y cada día jugaba y movía sus manos acariciando entre ellas su falo rosáceo. Se sentía bien al ver que aun parecía una gran serpiente que se movía y retorcía con ganas.

Elvira era cajera de un gran supermercado. Su caja siempre estaba llena de hombres que portaban sus cestas con un solo artículo. Era el gran pretexto para pasar cerca de ella y olerla y ver de cerca sus grandes atributos. Estaba provista de dos hermosos pechos. Su blusa transparente de seda blanca, dejaba ver sus abultados y turgentes senos y en el centro dos cerezas picudas muy duras rodeadas de dos aureolas de un rosa pálido.
Ni una sola mujer pasaba por su caja ya que envidiaban sus perfectas cualidades y su frescura juvenil.

 

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Escrito por Isabel60 (Desconectado Offline), el 21 de octubre de 2007
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Antonio cambió después de la experiencia y de la relación tan placentera que tuvo al proporcionarse él mismo autoplacer. Se arreglaba más en su aseo personal, planchaba bien las camisas y las rayas de los pantalones. Se aseaba más ... Leer mas


 
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