Ayer cumplí 80 años. Algunas personas vinieron a verme y otras no me pudieron acompañar, personas que conosco de toda la vida así como gente a la que me encontré desde un punto en que teníamos un trecho ya recorrido otros, ya se han ido. En todos los casos ellos fueron parte escencial en mi vida y entre ellos hubo quienes formaron parte fundamental para que yo pudiera llegar a esta edad. Hoy por la mañana estuve caminando por el centro de la Ciudad de México; no pude evitar sentirme tan nostálgico aunque el centro ya no es lo de antes pero seguramente en las paredes de sus edificios todavía guardan balas, rastros de sangre, desesperanzas de incontables batallas y hechos históricos de magnitud nacional que están en el inconciente colectivo. Pero hay más historia en estos edificios, como la mía, la de mi propio universo. Al regresar a casa tengo la necesidad de escribir lo que ha acontecido en mi vida a lo largo de estos años y sentado aquí frente al escritorio de mi estudio no sé por donde empezar más que con lo que he comenzado a escribir en este momento y si he de hacer memoria no me va a costar trabajo pero reitero que me cuesta saber por donde empezar...

Creo que sería bueno empezar cuando conseguí el trabajo de reportero en el periódico El Independiente cuando tenía 19 años, no era mi primer trabajo pero si era el primero de verdad. No gozaba de sueldo ni estaba en nómina, solo me pagaban por nota publicada, habían muchas noticias que perseguir pero muy pocas de ellas el editor las escogía así que me empezó a rondar en la cabeza de hacer un reportaje sobre algún pez gordo que pudiera pescar en la movida, en algo ilícito.

No era fácil encontrar una noticia así, tenía que echar mano de contactos e influencias para lograr hacer algo que escandalizara a la opinión, el problema es yo no contaba con contactos y mucho menos con influencias pero el ánimo que tenía cuando era joven, en resumidas cuentas, era de alguien de 19 años de edad con ilusiones y sueños sin que la vida lo hubiera abofeteado aún. Una mañana fuí a El Independiente en busca de Ernesto Aguilar, un reportero de nota roja para que me hablara de sus contactos y en el mejor de los casos me presentara a alguno de ellos. Para ese entonces yo tenía alrededor de 2 meses trabajando para el periódico, Ernesto tenía 7 años y hacía 4 que trabajaba como fotógrafo y escritor de crímenes que sucedían en las calles entre las 10 de la noche y 6 de la mañana. Ernesto me había citado esa mañana en la redacción del diario a las 8 que era la hora en que entregaba su material de la noche anterior:

-Que bueno que estás aquí Genáro, sería bueno que me acompañaras esta noche para que te vayas curtiendo en el periodismo y aprendas dos o tres mañas que te voy a enseñar.

-Este... sí, me parece bien pero quisiera que me presentaras con la gente que te mencioné el otro día y...

-Ja,ja,ja primero tienes que empaparte de lo que es esto y si veo que tienes el carácter hablaremos de la gente que conozco ¿Sale?

-Esta bien, pero...

- No se hable más te espero aquí, hoy a las 9 y media de la noche.

Caray, no esperaba de Ernesto eso, yo esperaba que me diera algunos nombres y como localizarlos o talvez que me presentara con alguien que supiera de alguna tranza de alguien pero no fué así. Hasta ese momento solo había asistido a actos públicos de políticos menores y transcrito lo que ellos decían. Mis deseos de ser respetado en el medio me llevaron a aceptar la invitación de Ernesto para esa noche por ingénuo que paresca.

Continúa en capitulo 2