Hay algo que siempre me ha maravillado de la música y es la capacidad que tiene para transportarnos en el tiempo a momentos anteriores de nuestras vidas.
En cualquier situación puede sonar una canción que hacía mucho tiempo que no escuchábamos y en ese instante salta un resorte en nuestro interior que hace que le prestemos atención de inmediato: ¡Cuánto tiempo sin oír este tema!
Es probable, incluso, que no nos acordemos ni del título de la canción ni del cantante que la interpreta, pero nos suena. La recordamos porque la tenemos guardada en la memoria.
Es más, puede que en su momento no nos gustara demasiado, pero ahora, con el paso del tiempo, esa canción nos gusta porque nos trae recuerdos de la época en la que la oíamos. Ahora escuchamos esa canción desde otra perspectiva: la del recuerdo.
Pero por desgracia no sólo tenemos buenos recuerdos. También hay momentos malos que tratamos de olvidar y que una canción puede traérnoslos a la memoria y eso es lo que hace que una canción que, a lo mejor nos gustaba mucho en su momento, nos provoque un rechazo cuando la volvemos a escuchar: ese tema que oíamos junto con nuestra antigua pareja de quien no queremos volver a saber nada más (incluyendo “sus” canciones), o esa melodía que tanto le gustaba cantar a un ser querido que ya no está con nosotros y que el volver a escucharla nos llena de tristeza.
En cualquier caso, la música es capaz de devolvernos a instantes de nuestra vida que creíamos olvidados, y que probablemente seguirían por siempre escondidos si no fuera porque una canción en un momento determinado nos los vuelve a traer a la memoria.