CAPÍTULO DÉCIMO: El conjuro de los Hubble.
Escrito por martins ( Offline), el 07 de diciembre de 2009
Las doce en punto, y serenooo!... !Sin novedad!..._ gritó Latchum. A renglón seguido el reloj del templo desgranó las horas, tocando las campanadas suavemente, como piedras que cayeran en la negrura del recinto catedralício. Sara se revolvió inquieta y se incorporó en la cama: llevaba mucho tiempo entrenándose para poder despertarse al sonar las campanadas de la medianoche. Tomando infinitas precauciones para no molestar a la dormida Carlota, echó hacía un lado ambas piernas, las sacó luego de entre las sábanas y tanteó un instante en la oscuridad buscando sus zapatillas. Luego se puso la bata. A continuación se acercó de puntillas hasta la ventana del dormitorio, esperando la señal. La luna se había ocultado tras un banco de nubes. Oscuro y misterioso aparecía el prado, rodeado de las confusas sombras de los árboles. Un rosario de palabras empezó a formarse en la mente de la niña: "Cuando las polillas y ratoncitos salen a pasear y la oscura lechuza, que de noche caza, y salen también morcielagos, sapos y escarabajos, con los gatos gordos y negros que odian la luz..." ¿Qué sigue ahora?, se preguntó. !Eso es! Ya lo recordaba: "El prado semeja un lago en sombras, el banco del jardín parece un barquito que navega y navega, de aquí para allá." !Lástima! De pronto las estrofas se le borraran por completo. _!Ti-tu! !Ti-to! !La señal! Y allí estaba Alarico, esperando pacientemente en el prado, envuelto en sombras. A toda prisa la niña tomó su linterna y empezó a caminar de puntillas hacía la puerta. Entonces se acordó de algo: !olvidaba sus zapatos pardos con atractiva lazada! Los tomó, colocándolos bien apretados bajo su brazo. La puerta de la habitación se cerró sin ruído tras ella. Al tenderse en el lecho. Carlota se había propuesto que dedicaría unos minutos a repasar mentalmente los acontecimientos de la jornada. Pero _como sucede en casos así con extrema frecuencia_ se quedó dormida casi en el acto. Unos minutos más tarde, o así le parecía al menos, estaba otra vez despierta y mirando a la luna, que flotaba en el espacio envuelta en céreo resplandor. La luna estaba en cuarto creciente. Volvió la cabeza hacía el otro extremo de la almohada. A su lado ya no dormía nadie. Sara se había esfumado. Se incorporó, estremeciéndose en una mezcla de nerviosísmo y temor. ¿Qué hora sería? Procuró leerla en el despertador que tenía encima de la mesilla de noche. !La una menos cinco! Quizás haya ído Sara al cuarto de baño, pensó. Con la bata revoloteando en torno suyo, salió con pasos cautelosos al descansillo de la escalera. !Qué tranquila estaba la casa a aquellas horas! La puerta del baño permanecía entreabierta y no había nadie dentro. Se deslizó en el cuarto de Jonatán y tocó a su hermano en un hombro. _!Aahh!_rezongó el interesado. _!Sara se ha largado! No está en la cama. !Ha desaparecido! _¿Que se ha ído? Pero ¿dónde? _A la mazmorra, supongo. Vamos, date prisa. Y tráete la linterna. Rápido, rápido. Unos pasos de pesado rítmo sonaron en el exterior. _Es el sereno_advirtió en un susurro Carlota. Los dos hermanos llegaban ya a la puerta del dormitorio de Jonatán cuando sonó una voz acusadora: _¿Onde vas? Jonatán lanzó un suspiro de desaliento. _A dar un paseo. _Qiero ír. Sabían por experiencia que con Pedrito era tonto discutir. _Te estarás quieto como una piedra _adevirtió Carlota a su hermano menor_. Como digas una sola palabra, !ya te puedes preparar! Pedrito asintió con la cabeza y se puso su albornoz y zapatillas rápida y alegremente. _Tú irás delante _indicó Carlota a Jonatán_. Llevas la linterna. La puerta de la calle tenía los cerrojos descorridos. _Han tenido que salir ya_murmuró para sí Jonatán. Apagó su linterna; en el exterior era demasiado arriesgado llevarla encendida. Marcharan con enormes precauciones a través del patio, cruzaron los prados y llegaron a las cercanías de su objetivo. El viento nocturno llenaba de murmullos contenidos la noche, agitando suavemente las hojas de los árboles. Allí estaba la mazmorra, con el gigantesco ciprés a su lado, cual si fuera un fantasmal centinela nocturno. La llave estaba en la cerradura. Jonatán abrió la puerta, que se quejó como de costumbre: "!Craac!" y una vez todos dentro, encendió la linterna. Emitió un ahogado gríto: _!Puf! !Que me zurzan si lo...! !Fijate en eso, Carlota! Su hermana miró en la dirección señalada. _!Demonio! _concedió_. Pero ¿dónde?... _!Por ahí precisamente! Jonatán señalaba con ademán un tanto dramático un negro agujero que se abría en uno de los costados de la losa que servió en tiempos de lecho al prisionero del lugar. Las tres cabezas se agruparon, en un intento de examinar el caso. _!Hay unos escalones! !Unos escalones que bajan! Carlota temblaba, sin poder dominar sus nervios. Jonatán estaba radiante de gozo. _!El misterio de la mazmorra! _exclamó_. !Vamos, chica, andando! !A bajar! _!Un segundo! _Carlota retrocedió en busca de la llave de entrada al recinto de la prisión y se la echó al bolsíllo_. Para que no se repita_precisó muy seria. Uno a uno se fueron deslizando por el agujero en cuestión. _Bajad la cabeza, y no os separéis de mí por nada del mundo. Jonatán encabezaba la expedición, escaleras abajo. Carlota se sintió invadida por la admiración. !Qué valiente era su hermano! Por lo general, era ella el jefe de cualquier correría; pero ahora... Jonatán tanteó con el pie las escaleras. Llevaba la linterna en una mano firme _bueno, casi casi_ como la misma roca. _!Ha sucedido! _pensaba_. !Ha ocurrido por fin! Y aquí me tienen a mí, Jonatán Vaughan, descubriendo un pasadizo secreto. Ya sabía yo que acabaría consiguiéndolo algún día. Y lo bueno del caso es que no siento el menor miedo. (Bueno, no es exactamente un descubrimiento mío, sino de Alarico y Sara, hubo de concederse para sus adentros; pero, en fin...) "!Plip! !Plop!... !Plip! !Plop!" _¿Qué es eso?_preguntó, inquieto, y a punto de dejar caer la linterna. _Agua que se escurre de alguna parte _indicó su hermana, que añadió como avertencia para Pedrito_: No tienes que apretarme tanto, ¿me oyes? Vas a acabar por hacerme moraduras.
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Escrito por martins ( Offline), el 08 de diciembre de 2009
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_Bueno, hemos llegado al final de la escalera_ anunció en voz baja Jonatán_. Hay veintinueve escalones en total. ¿Y hacía dónde vamos ahora? Dirigió el haz luminoso en torno suyo. Un túnel se abría ante ellos. Al parecer, era lo ... Leer mas
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