_El día de mi último cumpleaños, nueve de febrero del año corriente, para ser exactos, el abuelo me dio una bicicleta nueva, y Bowley y Harry me regalaron algo de dinero, tres libras entre los dos. Yo estaba más que satisfecho con eso de la "pasta", puedo asegurárselo. El abuelo es una excelente persona cuando se trata de celebrar el cumpleaños de uno, pero a menudo se olvida de darnos dinero para gastos pequeños, ¿verdad Sara?, y nos pasamos la mitad del tiempo más arruinados que otra cosa.

Bien, la custión es que el día de mi cumpliaños caía esta vez en viernes, y volviendo de la escuela en la bici, pasé casualmente por el mercado. Llevaba cierto tiempo pensando en comprarme un buen Tratado de Química, no del tipo de libros que a uno le dan en el bachillerato; eso es un juego de niños, sino algo más avanzado. Hay una tienda en la calle Minster donde venden siempre libros de segunda mano, pero no había visto nunca nada interesante al respecto. Luego está también el puesto de venta de libros en el mercado, que supongo ya conoceréis, y que ponen todos los viernes allí. Sea como fuere, pensé entonces, nada pierdes con probar, Alarico; puede que incluso tengas suerte. Así que empecé a ojear loa libros del puesto ése. La mayoría eran vejeces o tonterías sin interés. De pronto el hombre que atendía aquello, va y me dice: "Dime qué es lo que andas buscando, hijo, y estoy seguro de que te encontraré el libro justo".
Yo le miré, un poco sorprendido. Era un hombrecillo delgadito, con una cara afilada y morena, y con las dos orejas más grandes y terminadas en punta que haya podido ver en mi vida. Pero sus ojos fueron lo que más me extrañó. Lo creáis o no, tenía uno color azul claro y el otro castaño oscuro.
_Nosotros no vimos a nadie que se le pareciera, el día que andivimos dando vueltas por los puestos del mercado_precisó Jonatán en ese momento, interrumpiendo el relato de Alarico.
_Y tampoco lo he vuelto a ver yo _aseguró el interesado_. Aunque lo he estado procurando varias veces. Bueno, continuo. El caso es que aquel hombrecillo me dice: "¿Qué es lo que más te interesa?. Y yo le contesté: "La Química. "!Ajajá! Déjame ver..."
Empezó a darle vueltas a los libros. Tenía unas manos muy pequeñas, no mucho más grandes que las tuyas, Pedro, con unos dedos afiladísimos. De pronto mete la cabeza por entre los libros, y la saca luego como un pato que hubiera agarrado a un gusano, ofreciéndome ya un tomo. Era un velumen muy viejo, me di cuenta en el acto. Bueno, ya os lo enseñaré más tarde _precisó en un aparte el muchacho, que luego siguió deciendo_: "?Y de qué trata?", le pregunté. "Son recetas", me contestó. Y hizo una mueca muy rara. Se le ponía la boca anchísima, algo así como esto _y Alarico se colocó un dedo en cada rincón de la boca estirándola todo lo posíble a la vez.
Casi casi le llegaba hasta las orejas. Fue hojeando el libro. Y de repente me di cuenta. !Eran experimentos! !Autenticos experimentos que alguien intentó hacer, y fue apuntando, hacía ya muchos, muchísimos años! Empecé a sentir una gran excitación, como podéis comprender.
_¿Cuanto pide? _le pregunté al hombrecillo_
Por ser para tí, dame cinco chelines, hijo, me indicó. Pagué, puse el libro en la parrilla del sillin bien sujeto, y me largué a cien por hora. Él se quedó en el puesto de venta, con una boca de oreja a oreja, esa mueca suya tan rara.
_¿Dónde está el libro?_preguntó interesadísima Carlota.
_Está en mi laboratorio. Vosotros nos seguistéis hasta allí la otra noche, ¿no es así? En fin, os contaré más sobre el tomo de marras. Me lo llevé ese día muy contento a casa. Estuve mirándolo y remirándolo, y intentaba descifrar la escritura tan enrevesada (porque está escrito a mano, ¿sabéis?), pero con los exámenes, los deberes que tenía que ir haciendo en casa, y todo lo demás... En estas vacaciones es unicamente cuando Sara y yo hemos tenido oportunidad de intentar algunos de sus experimentos.
_Y entonces tuvisteis que aparecer vosotros, !burr! _interrumpió Sara violentamente_. !Justo en mitad del...!
_!Vaya! Eso no importa ya, Sara_intervino con prisa a su vez Alarico.
_¿Y lo del pasadizo subterráneo?_preguntó Jonatán.
_¿Y lo del conjuro...?_empezó a preguntar Carlota.
A ambos les hervian dentro las preguntas. Sólo que, justamente en ese instante, las campanas de la catedral empezaron a sonar, dando _desde el desván_ la inpresión de que un torrente se precipitaba por una cueva subterránea: "!Ding-dong! !Dingui-Dongo!...!Ding-Dong!" La estancia parecía quedar sacudida de arriba abajo por la resonancia del campaneo.
_!Tenemos que prepararnos para ir a la iglesiaaa!_chilló Alarico, intentando dominar el estruendo con su voz. Y en un intervalo sonoro concretó_: La próxima reunión del Club de los Boffins tendrá lugar mañana a las diez en punto. No, ahora no voy a contestar ni una sola pregunta. Hagan el favor los miembros de esperar a mañana.