En la noche eterna

Alicia tenía veintidos años. Estaba atravesando un difícil momento para su ánimo. Hacía tres meses se había separado de su novio, con el que había estado por algo más de dos años. El tipo la abandonó por experiencia extraconnyugal, con carácter homosexual. Eso le había dolido. Mucho. Había en verdad dañado su autoestima. Alicia no podía concebir su vida sin aquel tipo.
Acudieron al rescate amigos y familiares, pero ella se sentía siempre tan sola que nada ni nadie podía ocupar el espacio que dejó su traicionero chaval.
Por las noches ella perdía el tiempo en bares de mala muerte, en esos en los que el humo degenera los pulmones y los listos de turno buscan una mujer entre la maleza, iba con uno, con otro, sin el mas mero interés de encontrar la salida al suplicio a través del sexo rápido y desenfrenado.
Por el amanecer regresaba a casa y se acostaba. Lloraba, se levantaba, bebía un vaso de leche y volvía a la cama.
La tarde la dedicaba a los estudios, o mejor dicho, intentaba dedicarla a los estudios.
No era estúpida, sabía perfectamente que lindaba los senderos de la depresión.

Como toda persona que atraviesa una etapa de ruptura, recurrió a los chats. Aquellas salas repletas de almas desconocidas, aparentemente sinceras, y que siempre discutían porque todos afirmaban tener la verdad absoluta. Naufragando por aquellas salas conoció a mucha gente. La mayoría no eran nada diferentes de aquellos a los que entregó su cuerpo en esos locales de mala muerte en la noche. Pasaba las horas en la noche ante una pantalla de ordenador, buscando respuestas, no es que desconfiara, simplemente naufragaba a la deriva en la búsqueda de una respuesta al porqué de su existencia.
Una de esas noches tal vez sea la casualidad u otra razón que se cruzó en su camino con alguien que también lindaba por sus senderos, una persona bastante extraña que siempre aparentaba ser lo que en realidad nunca era.