El amante de las cosas gratis
Escrito por nienna ( Offline), el 18 de diciembre de 2007
Se despertaba a las 6 de la mañana cada día cuando sonaba el despertador del vecino de abajo. Entraba a trabajar a las 9 y no tenía que despertarse hasta las 8, pero veía inútil invertir el dinero en un despertador, por lo cual usaba el de su vecino. Partía hacia la oficina a las 8 menos cuatro, pasaba por el metro, aunque no con la intención de cogerlo, sino para buscar uno de aquellos periódicos que muchas veces decía que estaban hechos para gente como él, para los amantes de las cosas gratis. Se cogía el periódico e iba andando a la oficina, leyendo de vez en cuando un par de palabras del periódico cuando el semáforo estaba en rojo. Lo conocí en un parque. Estaba leyendo su periódico sentado en un banco, enfrente del quisco de la entrada cuando yo iba a comprar una botella de agua. Era un día muy caluroso y había andado ya mucho tiempo deseando que se cruzara en mi camino un quiosco para poder comprar algo de agua, cuando de repente noto como una mano me coge por detrás y una voz le dice a la dependienta: - La señorita no desea nada. Muchas gracias. Me llevó de la mano a una fuente, sacó de su mochila una botella vacía de medio litro y me la llenó. La primera frase que me dirigió fue: - Porque comprarla cuando aquí hay de sobra, y gratis? Alcé mi mirada y me encontré con su rostro. Me pareció tan fascinantemente bello que no dude ni un momento en regalarle mi mejor sonrisa. A partir de entonces nos veíamos cada día, me pasaba a buscar al salir de la oficina. Algún día me quedé horas esperando a que llegara ya que no tenía teléfono para avisarme de que no venía y tampoco la intención de llamar desde un teléfono púlblico. Aquello valía dinero. Al principio me parecía divertido esto de ir siempre en búsqueda de las cosas gratis. Recuerdo una noche que fuimos a una fiesta que organizó mi empresa. Cuando me vino a buscar llevaba un traje azul oscuro, una corbata con reflejos rojizos, unos zapatos nuevos de laca e incluso me trajo una tarjeta de metro de dos viajes (más tarde supe que la había encontrado en un cambiador del Corte Inglés). No me podía creer que se había comprado todo eso para venir a mi fiesta, me sentía hasta culpable de haberle hecho gastar dinero ya que llevaba una semana insinuándole que tenía que ponerse guapo para aquella noche. Lo había conseguido, sí señor, y lo había superado con creces. Me sentí la mujer más afortunada del mundo aquella noche, hasta que bailando lo abracé en un intento de mostrarle mi agradecimiento y me apartó bruscamente: - Quita que se me está arrugando el traje y mañana lo he de devolver. Me estaba empezando a cansar de tanta cosa gratis, quería ir al cine, a tomar algo con él, pero lo único que podíamos compartir eran bancos en el parque, agua de la fuente y algún paseo por la tarde, no demasiado largo ya que le tenía que dar tiempo para llegar a casa antes de que anocheciera para prepararse la ropa para el próximo día. Intenté invitarlo yo, pero me rechazaba: él no aceptaba dinero de una mujer. Un día me vino a buscar a la oficina con una expresión de felicidad que no había visto en él nunca antes. Le había ascendido y quería que lo celebraramos. - Vengo a invitarte a un café. Te gustará, te lo prometo. Nos fuimos de la mano como dos niños contentos con un nuevo juguete, dando pequeños saltos y corriendo uno detrás de otro a veces. Llegamos otra vez al parque sin que yo tuviera muy claro que es lo que ibamos a hacer ahí. Le veo dirigiéndose hacía la fuente con su botella de medio litro, la llena y vuelve a sentarse a mi lado: - Y ahora el café, dice metiéndose las manos en los bolsillos y sacando granos de café que había cogido en un Starbucks de camino a mi oficina. Empecé a reir entendiendo que aquello no tenía remedio y que lo mejor era tomárselo con humor. Sirvió el café, no sabía a nada, pero en aquel momento era el mejor café del mundo. Nos abrazamos y me pidió que le diera un beso. Con una sonrisa pícara le dije: - Serán 5 euros, mi señor. Me apartó, me enseñó una mirada de padre enfadado y se alejó. Nunca más lo volví a ver.
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