Pasaje 1º
Escrito por Verónica García Rodríguez ( Offline), el 05 de diciembre de 2009
- Doña Refus, ya está asomando el sol. Ya va a llegar la gente.
- Todavía no oigo ladrar los perros. - Sí, pero ya pronto estarán aquí, y pedirán ver a la niña Eva. - Ya te dije que la niña se fue. < No oigo ladrar los perros. Aún no escucho el murmullo de la gente, sólo el silencio del viento de este maldito desierto. Eva, hija del demonio, mira que traicionar otra vez a tu madre. Así mismito me la hiciste cuando te enfermaste, justo cuando más interesados teníamos. Los señores de la caravana te buscaban, no podían despreciar tus trece años. A pesar de tus ancas y pechos diminutos, don Cipriano nos daba algo de leche, queso, frijol y hasta carne; Dumas, ropa y mantas; Carmelo, agua para toda la semana, y eso que no eras muy complaciente. Escandalosa y enferma, quién iba a quererte. Además, cuidar de ti y alimentarte. Los hombres prefieren el silencio y la colaboración.> - Ay, doña Refus, pero cómo que se fue, si la niña siempre nos ha protegido. - Calla Faustina, Eva sabía que era la única quien podía conseguir el trueque con los de la caravana. ¿Acaso después que enfermó una de nosotras pudo conseguir más que un tarro de agua sucia y tortillas acedas? Ya estamos viejas Faustina, y somos lo último que queda en El Manantial: Unas cuantas tetas flácidas y secas. - De todos modos, gracias al cielo que le cayó la fiebre. - ¡Qué dices, si enferma no nos servía para nada! Mejor calla y prepara el café, ahí está el agua en la lumbre. Pobrecilla, cómo no la íbamos a llevar al pueblo si no dejaba de temblar; yo creí que iba a ser rápido, los cerros que cubren el pueblo se ven bien cerquita desde aquí, pero nos llevó casi todo el día alcanzarlos. Y la niña Eva no dejaba de temblar, y con la luz del medio día hasta parecía no tener rostro. Estaba tan pálida y dormida. El señor médico dijo que la sífilis le había llegado muy fuerte. Le pusieron muchas medecinas, hasta el aceite que nos daba el boticario de la caravana pa curarlo todo. Por más que le hicieron no la pudieron despertar, por eso la trajimos de regreso. La trajimos de regreso con todo y el padre Cosme, las vecinas del pueblo y la caravana. La trajimos para enterrarla aquí, en esta tierra áspera y seca de campo santo. - ¿Ya está hirviendo el agua? Corre y tráela, que los zapatos de Eva están llenos de hormigas. ¡Corre, Faustina! - Será porque ahora vienen a cuenta. - ¡Faustina! ¡Que les eches el agua! - Esas hormigas son de mal agüero. - No Faustina, el mal agüero es este lugar, y eso ya lo sabes. Pero el señor nos ha socorrido. Nos envió a Eva. - Sí, pero según usté dice, la niña ya se fue. - No, Faustina, no se fue. Se la llevaron. - ¿Cómo qué se la llevaron? - Sí, se la llevaron - ¿Y quién se la pudo llevar si todo está muy bien cuidado? Aquí, hasta los pasos de las gallinas cluecas se oyen - El Santísimo, Faustina, y sus ángeles. Así estaba dispuesto desde el principio. < El padre Cosme ungió tu frente y te santificó con agua bendita. Me acerqué, quería ver el rostro que me dejó dos meses con el estómago vacío. Quería verte. Me acerqué a ti y tu mano apretó la mía. Tu mano muerta. Nunca sentí más rabia. Por eso callé, solté tu mano y cerré el ataúd. Te bajaron. Golpe a golpe, la tierra te fue cubriendo. Un grito se coló entre el silencio, y luego otro. Y más gritos. Los hombres soltaron las palas. Abrieron el féretro. Las vecinas se arrodillaron e inundaron el viento con oraciones desesperadas. El padre Cosme se apresuró a cubrirte con agua bendita. Todos te vimos salir. Unos clavaron las uñas en las velas y enterraron los talones en los zapatos. Otros corrieron y otros más buscaron un brazo para afianzarse. Yo, en cambio, vi el milagro> - ¿Oyó, Doña Refus? Ahí vienen. - No, Faustina. Todavía no oigo ladrar los perros. Es el viento que trae las lamentaciones de las piedras. Pero ya no tardan. Apúrate a limpiar esos zapatos para sacarlos con el vestido. - ¿Pero, la niña Eva ya no está? - Faustina, ya te dije que todo ha sido como debió ser, ¡apúrate! De veras que a veces una es bien taruga, si no es por doña Refus que empezó a gritar que nuestros rezos habían sido escuchados, no caigo en cuenta del milagro. El Santísimo no nos mandó lluvia, pero sí a la niña Eva para curar a doña Tacha de la alergia, la cabra de Chemas salió bien del parto y Pristina se casó bien a pesar de estar preñada. Ahora no es necesario esperar la caravana. La gente de atrás de los cerros nos trae lo necesario, y hasta el padrecito viene los lunes a dar misa. Santa niña Eva, cómo no van todos a querer verla, si ha sido un ángel vestido de olanes blancos y largos velos en medio de este infierno. Por eso el diablo le metía la tentación cuando se acercaba el hijo de don Cuás, el tendero. Venía todos los días pa recibir la bendición de Eva, pero doña Refus sabía como librarla. Tomaba el chilito, ese rojo que sirve para los tacos, y lo molía en una tortilla. Le bajaba los calzones y se lo untaba allá merito en el pecado, por donde le entraba la tentación. Lo que tiene que pasar un ángel aquí en la tierra., mira que hasta teníamos que atarle sus piernitas a la silla cuando la sacábamos al altar. Los ángeles son livianitos, livianitos. - Ahora sí, Faustina, ¿escuchas? Ya se acercan. Ya oigo ladrar los perros. - ¿Y qué le diremos a la gente? - Pues la verdad: Que la niña Eva se elevó a las alturas, una nube la tomó en su seno y nos dejó en prenda sus santos vestidos para continuar sus milagros.
- FIN -
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