Recuerdos del ayer, o tal vez sueños con mezcla de realidades
Escrito por Isabel60 ( Offline), el 18 de julio de 2007
Son las 3:30 de la madrugada, no puedo dormir y lo mejor para relajarme es escribir. Estoy en mi domicilio, la noche está oscura y húmeda. Cae un manto de agua muy fina. No se divisa ninguna estrella. Todo es oscuridad. Oigo el sonido de chisporroteo del agua al estrellarse contra los tejados y contra el pavimento de la calle. Las canales aun no corren, el agua cae suave, delicado, parece cansado. De fondo se oye una música, creo que viene de una fiesta, pues hoy daban una fiesta al Maestro Don Manolo. Él por fin se jubilaba y había cumplido con muchos años de trabajo y educando y enseñando a muchas generaciones.
Después de diez minutos contemplando la hermosura de la noche, deja de llover y empiezan a verse puntos de luz, 1, 3, 6 y hasta 75 estrellas pude contar, que armonía, que tranquilidad se sentía. Podría quedarme toda la noche contemplando el hermoso y bello paisaje nocturno. Una pequeña nube tapa alguna de las estrellas de la Osa Mayor, mis abuelos y lo de su generación a esta constelación de estrellas la llaman el Carro Grande. Supongo que es debido a la forma que hacen las estrellas. Cuatro forman un cuadro no muy perfecto, una estrella en cada punta y otras tres en línea con la estrella situada en la punta superior izquierda del cuadro. Por un momento fui transportada en ese carro tan luminoso. De pronto vi que era muy pequeña, tan pequeña que aun no había nacido, tenia 8 meses y 28 días, que a gustito se estaba allí dentro, encogidita, mis rodillas pegadas a mí barbilla. Todo al rededor acolchado y, un clima templado, allí comía, allí dormía, allí lo tenia todo. De cuando en cuando sentía la mano cálida de mi madre, que dulzura, como me acariciaba. Sentía la voz apacible de mi madre cuando llamaba a su bebé, mi hermano, un niño muy inquieto que aun no había cumplido un año, lloraba y siempre quería estar en los brazos de mi madre, cuando lo acurrucaba, yo sabía que tenía que taparme la carita por que con sus piececitos chiquitos me daría una patada. A veces yo sacaba mi puñito para retirar los pies de mi hermano, y oía a mi madre quejarse. ¡O no, no me des tan fuerte con el puño! Y así yo quedaba liberada del peso de mi hermano. Escuchaba la voz dulce y a la vez amarga de una anciana, esa era mi abuela, la abuela más bondadosa y maravillosa de todo el planeta. Una mujer que sufrió mucho, quedo sola con cinco hijas, porque a su marido, mi abuelo, se lo llevaron en la época de la Guerra Civil Española, y a fecha de hoy sigue desaparecido. Yo sentía como mi madre corría a veces, yo dentro de su barriga me divertía y sonreía, era como si estuviera en un gran columpio y ella me mecía. Al grito de mi abuela angustiada ella casi galopaba, seguro que la había dado uno de esos ataques epilépticos. Esta enfermedad, fue una de las consecuencias a raíz de que se llevaron a mi abuelo. A esto hoy día se lo llama daños colaterales. Mi abuelo no había hecho nada, su único error fue que era hermano de una persona que era republicana, y como no lo encontraron, se llevaron a mi abuelo. Mi abuela no pudo soportar dicha perdida, era el padre de sus 5 hijas al que fusilaron, y todo esto desencadenó en una enfermedad, que hizo más difíciles alimentar a las niñas. ¡¡Ay!! ¡¡ no!!, que estoy muy agustito, noto como que mi madre empuja y grita pidiendo auxilio, siento que en mi casita acolchada, donde yo floto hay menos líquido, creo que estoy naciendo. Sí, mi cabecita ya está fuera y unas manos me recogen. Por fin salió mi cuerpecito, mi madre me envolvió en su mandil, yo conocía ese olor, un olor inconfundible, que yo respiraba desde hacía 9 meses. Un olor puro y limpio que desprendía su cuerpo. Una voz que no era la de mi abuela corto mi cordón. Cuando ya tuve uso de razón me enteré que mi madre se puso de parto cuando estaba tomando el fresco, en el poyo (asiento de piedra) que había al lado de la puerta de su casa. Pues esta es mi historia de como nací. Cuando mi madre me alumbró en la calle, se puso en cuclillas por que notaba que yo me caía, y por fin nací. Mi pobre abuela no pudo socorre a su hija, en ese momento tan especial. Fue castigada con otro de sus ataques epiléptico . Eso sí, mi madre y yo no estuvimos solas, nos acompañaron la luna y las estrellas, ellas le dieron luz a mi madre.
- FIN -
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