Me puse tan ebrio que la miré muy guapa,
estaba tan pasado que la sentí amorosa,
en esa intoxicada la encontré brillante,
por estar hasta atrás la miré glamorosa...

mi marcha zigzagueante la percibió estable,
la bese con ternura como enamorado,
me aferré a su cintura mientras que ella amable,
servía y desbordaba, la efervescente copa de mi mano...

No recuerdo más...
se me apagó la luz de la conciencia...
aunque podría jurar que desgarré a una virgen...

al despertar...
encontré a una abuelita octagenaria enlazada a mi cuerpo,
me miró con pupilas dilatadas para decirme: ¡gracias príncipe!, ¡me reviviste tantas cosas por dentro y me trajiste un sin fin de recuerdos!
lamento no tener sesenta menos
para darte una digna batalla...
¡ah!... y haberte emborrachado para esto...

se levantó, caminó hacia el tocador,
y aún en la migraña que me arrecia en la cruda...
viendo su tanga y mallones negros con corazones plateados,
su breve cintura color rosa,
su espalda delgada,
su melena embetunada de tinta colorada...
me pareció preciosa...
y le dije: ¡abuela golosa... para otra no es necesario que me embriagues...!
¡cuando quieras!
¡que no he encontrado diferencia entre romper y desarrugar!