Prólogo
Escrito por Pedro (Desconectado Offline), el 01 de febrero de 2008
Han sido muchos los libros que he escrito a lo largo de mi vida, pero ningún otro como éste que acabo de comenzar a mis sesenta y ocho años. La principal diferencia estriba en que este libro relata unos acontecimientos reales, en oposición a los habituales relatos de ficción a que tengo acostumbrados a mis incondicionales lectores. Acontecimientos que ocurrieron en nuestro planeta hace ahora algunos años y que cambiaron el futuro de la humanidad para siempre (cómo si éste se pudiese cambiar sólo temporalmente). Con lo que bien podría decirse que se trata de un libro de historia, con la particularidad de que se trata de una historia inédita hasta el momento, ya que, aunque no soy el único que conoce la verdad de los hechos, sí que soy el primero en relatarlos, por la sencilla razón de que fui elegido para hacerlo.
Y ahí precisamente radica la otra gran diferencia de este libro con respecto a los otros que he escrito. Su protagonista vino a mí con la sola y única idea de que fuera testigo de todo lo que estaba por acontecer próximamente en el mundo, conociendo la verdad de primera mano, ya que, justamente, iba a ser él el artífice de la gran revolución mundial que se avecinaba, cambiando radicalmente el desarrollo que hasta ahora había tenido la política, y en definitiva, la vida, en cada país de la Tierra.
Su idea era que algún día yo contase toda la verdad al resto del mundo; y es lo que me dispongo a hacer. Tan sólo me puso una condición: tendría que esperar para hacerlo el momento oportuno. O sea, que tendría que esperar a que él mismo me diera permiso para poder contarlo. Después de veinte años sin tener ni una sola noticia de mi protagonista, por fin hace dos días recibí un mensaje suyo, escueto y conciso, como siempre había sido él. “PUEDES COMENZAR” decía. Sin duda se trataba de él, yo no conozco a nadie más que pueda hablarme mentalmente.
Sin más dilación me he puesto a la tarea; el mundo ya ha esperado bastante, antes de conocer la realidad de los hechos de su más reciente e intrigante historia. Tendrán que perdonar mi estilo indirecto y mi recurrente manía a la reflexión personal; defecto profesional. Posiblemente tampoco seré todo lo suficientemente objetivo que debería, pero no me culpen a mí, yo no elegí hacerlo, como ya he dicho, y, a mi edad, no pretenderán que cambie ahora mi forma de proceder y de escribir.
Antes de comenzar, deberían saber que muchos otros antes que yo han relatado precipitadamente su versión de los hechos con más o menos acierto (más bien menos), aportando cada cual su particular interpretación de lo acontecido. Soy consciente, entre otros motivos porque ya me lo predijo nuestro protagonista, de que mi historia sólo será una más entre tantas otras salidas al mercado. En la conciencia de cada uno está el pensar lo que se quiera; aunque, mi consejo es que no piensen demasiado sobre acontecimientos ya pasados, simplemente déjense llevar por el transcurrir de la vida y, de cada escrito que les llegue a sus manos, tomen sólo aquello que les ayude a vivir más feliz, cómoda y plácidamente.

Antes de nada empezaré por presentarme; mi nombre es Pablo Torres; mi profesión, como ya habrán imaginado, escritor. Aunque no me gusta alardear de mis éxitos, la ocasión lo exige (ya sé que esto suena de lo más hipócrita); he conseguido colocar la mayoría de mis libros entre los más vendidos en medio mundo; han sido traducidos hasta en ciento cincuenta idiomas y suelen estar presentes en casi todas las Universidades como libros de consulta. Supongo que éste será el motivo por el que los críticos la toman conmigo cada vez que saco un libro nuevo; ellos me tachan de ser un escritor bastante mediocre y de tener muy escasos recursos literarios, lo cual es del todo cierto (lo de reconocerlo aún les irrita más); pero la cuestión es que al público en general le gusta mi estilo mediocre y sin recursos.
Yo pienso que el secreto está en que he sabido, por pura casualidad, agrupar a dos tipos de lectores muy dispares entre ellos y que entre los dos engloban a la gran mayoría de lectores del mundo. Me explico; por un lado tenemos a aquellas personas que buscan una lectura de evasión, o sea, que no quieren que les calienten la cabeza con temas transcendentales que les hagan pensar demasiado. Estos lectores suelen opinar que bastantes problemas tienen ya en sus vidas como para que vengan otros contándoles historias.
Al segundo grupo de lectores que me refiero pertenecen aquellos que buscan algo más. Aquellos que tienen muy claro que el fin primordial de toda vida es alcanzar la felicidad, y ponen todos los medios que tienen a su alcance para conseguirla. De hecho, son estos lectores los que de verdad me interesan y a los que intento ayudar con mi experiencia y mis humildes consejos. Al mismo tiempo, intento reclutar para este segundo grupo a los que puedo del primer grupo, que, por desgracia, son la gran mayoría.
Cómo lo hago, es bien sencillo. Cuando empecé a escribir, hace ahora unos cuarenta años aproximadamente, mi idea era hacer llegar a las máximas personas posibles, tantísimos tratados que se han hecho sobre la búsqueda de la felicidad en la vida, desde los clásicos griegos como Platón y Aristóteles, hasta filósofos más contemporáneos como Descartes, Kant u Ortega y Gasset; sin olvidar mis favoritos, las publicaciones hechas por maestros budistas sobre la filosofía de esta religión, incluyendo muchos de ellos, diálogos de estos maestros con sus discípulos.
No tardé mucho en comprender que ya se han escrito muchos libros sobre ese tema, y muy buenos por cierto, escritos por auténticos profesionales. También comprendí otra cosa, que ninguno de ellos llegaba a bestseller precisamente, sólo a una minoría le interesa este tipo de lectura, lo cual era muy decepcionante; y para colmo, estas personas suelen ser las que menos necesitan conocer esta filosofía de la vida, ya que, por norma general, suelen llevar una existencia sana y plena en todos los sentidos, sin que nadie les venga diciendo como deben de reconducir sus vidas. Como habrán adivinado, me estoy refiriendo a las personas del segundo grupo.
Así que llegué a la siguiente conclusión, podía inventar historias de esas que tanto les gustan a los lectores del primer grupo que antes mencionaba, como libros de ciencia ficción o de intrigas políticas o religiosas y cosas así, y , al mismo tiempo, incluir en ellos todas mis reflexiones sobre la filosofía de la vida y el camino de en medio que tan olvidados están en estos tiempos.
De esa forma nació mi estilo de escritura que tantos éxitos me ha dado, aunque dicho sea de paso, no he sido el primero en hacerlo; muchos otros lo han hecho antes que yo y siguen haciéndolo, también con mucha aceptación por parte de los lectores.
¿Y por qué les cuento todo esto?, se preguntaran ustedes. Pues porque todo esto lo tuvo muy presente el protagonista de la historia que les voy a contar para seleccionarme a mí, entre tantos escritores como hay en el mundo. Seguramente no seré el más adecuado, a mí se me ocurren muchos otros que estoy seguro lo hubieran hecho mejor que yo, pero la cuestión es que por las razones que sea, él me eligió a mí, y yo tengo el deber y la obligación de relatarles todos lo hechos de que fui testigo hace unos veinticinco años. Procuraré hacerlo de la manera más objetiva posible, teniendo en cuenta que, posiblemente, se convertirá en un importante legado para la humanidad. Como ya he dicho, espero que sepan perdonarme si en alguna ocasión me voy por las ramas con mis cavilaciones filosóficas, compréndanme, es defecto profesional (creo que esto lo he dicho ya). Reconozco que un documento de tan renombrada importancia merecería ser escrito en un tono algo más sublime y evangélico, pero, ¿qué quieren que les diga?, a estas alturas de la vida, me da pereza cambiar de estilo.
Pues bien, dicho todo esto, será mejor que comience sin más dilaciones la sorprendente historia de un hombre que supo cambiar, con la ayuda de unos pocos, el desastroso curso de la humanidad. Gracias a él, el ser humano tiene en estos momentos un futuro mucho más prometedor (o más bien habría que decir, que tiene un futuro, a secas); veremos por cuánto tiempo

 

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Escrito por Pedro (Desconectado Offline), el 08 de febrero de 2008
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