Séptimo Capítulo
Escrito por Pedro (Desconectado Offline), el 31 de marzo de 2008
Tengo que reconocer que si estaba deseando que llegara este día, no era sólo por conocer el plan de Santiago para su presentación, sino también porque había quedado con Irene a primera hora en una cafetería, para cambiar impresiones antes de acudir a nuestra cita en el museo con Santiago.
Yo había intentado que nos viéramos durante estos días con la excusa de hablar sobre todo aquello pero, para mi decepción, me dijo que iba a estar fuera, muy ocupada; tenía que resolver algunos asuntos profesionales antes de poder dedicarse al cien por cien en la tarea que nos aguardaba. Así que tuve que contentarme con hacer volar mi imaginación sobre nuestra futura relación mientras llegaba este día.
Como no me gusta hacer esperar a nadie, y menos a una mujer atractiva, me presenté muy temprano en la cafetería. De nuevo volvió a sorprenderme, ya que ella se encontraba allí esperándome, dando al traste con la impresión que yo pretendía conseguir de hombre madrugador y preocupado. Estaba haciendo algunas anotaciones en una libreta cuando me vio aparecer.
–Vaya, buenos días –me dijo con una hermosa sonrisa–. Un día precioso para empezar a salvar el mundo ¿no crees?
–Hola Irene –contesté un poco cortado por su naturalidad–. Sí, ni que lo digas; llevo una semana que no duermo esperando que llegase el día de hoy.
–Yo también he estado pensando mucho sobre todo esto –me dijo después de pedir un café para cada uno y un par de tostadas–. Tenía muchas ganas de hablar contigo. Me gustaría saber cual es tu opinión sincera sobre Santiago y todo su proyecto.
–Pues verás –empecé a responderle intentando parecer lo más sincero posible–, yo no estoy muy seguro de que sea capaz de hacer todo lo que dice, pero su intención es muy buena y, además, él parece que sí que está convencido de que todo irá tal y como lo ha planeado, y eso es bueno. Si ha sido capaz de convencer a tanta gente importante, por algo será.
–Hay que reconocer que sus poderes son bastante persuasivos. Supongo que todos pensaremos más o menos lo mismo, que merece la pena intentarlo. Yo no dejo de imaginármelo; sería como una utopía. Un mundo sin violencia, sin armas, sin tantas desigualdades entre seres humanos, sin que miles de personas tengan que morirse de hambre todos los días. Es como un sueño, demasiado hermoso como para que se haga realidad.
–Yo me conformaría con que fuera capaz de hacer sólo la mitad de lo que has dicho. Pero tienes razón, merecerá la pena intentarlo. Debemos ser tan positivos como lo es él.
–¿Cómo te explicas tú que una persona pueda llegar a tener tanto poder? –preguntó Irene–. A mí no me entra en la cabeza, parece cosa de magia.
–Desde hace tiempo se sabe que el cerebro humano está muy infrautilizado; es decir, que tiene capacidad para hacer mucho más de lo que hace por término medio. Por lo que se ve, Santiago ha conseguido sacarle más partido a esa zona del cerebro que los demás tenemos inservible.
–O sea, que podría ser como una especie de hombre del futuro, ¿no? Porque se supone que nuestro cerebro seguirá evolucionando y, puede que algún día, todo el mundo desarrolle esas mismas capacidades. Sinceramente, no me gustaría vivir en un mundo así; sería todavía más peligroso que éste.
–No creo que tengas por qué preocuparte. Es cierto que nuestro cerebro seguirá evolucionando, pero me parece que no precisamente hacia ese estado. Lo que Santiago ha conseguido desarrollar de forma tan espectacular es su cerebro primitivo y, por lo que yo sé, la parte del cerebro que está en evolución no es esa, más bien todo lo contrario; el cerebro primitivo del hombre cada vez está más deteriorado en favor de lo que llaman el cerebro frontal, que es donde está localizado todo el conocimiento y nuestra memoria. Así que no creo que el ser humano llegue nunca a conseguir los poderes de Santiago por medio de la evolución.
–Pues es un alivio. No me haría ninguna gracia saber que hay montones de personas como él, por ahí, andando libremente por el mundo, con sabe Dios qué ideas.
»Lo que yo no consigo quitarme de la cabeza tampoco –continuo diciendo Irene con preocupación– es lo que hizo con todos esos terroristas. No es que sienta pena por ellos ni mucho menos, él ya me explicó el primer día que nos vimos los motivos de por qué tuvo que hacerlo, y lo comprendí; pero lo que no deja de sorprenderme es cómo una persona que parece tan sensible, tan humana, tan comprensiva, es capaz de ejecutar semejante atrocidad. Me pregunto hasta dónde será capaz de llegar. Cuántas barbaridades más tendremos que ver para que su plan tenga éxito.
–Sí, yo también me lo he preguntado más de una vez. Y me temo que, tal y como está el mundo, aún nos quedarán por ver muchas más salvajadas como ésas. Por desgracia, esa parece que es la única forma de tratar con algunos, y me alegro de que Santiago sea capaz de hacerlo, por muy cruel que parezca.
»Además, él dejó muy claro que ante de hacer nada más, avisará a todo el mundo de las consecuencias que tendrán las malas acciones que se cometan y, ya lo dice el refrán, el que avisa no es traidor.
–Claro, tienes razón; de todas formas yo sería incapaz de hacer nada semejante a nadie, pero, me supongo que no habrá otra forma. Esperemos que Santiago sepa bien lo que se hace y a quien se lo hace; no me gustaría nada convertirme en servidor de un tirano cruel y sin compasión.
–Te comprendo, pero no debes preocuparte –le contesté intentando animarla un poco–. Ya verás como todo sale bien; para eso estamos nosotros, ¿no?
–Es verdad, como dijiste antes, hay que ser positivos. Y recuerda lo que dijo Santiago, lo problemas graves sólo se pueden arreglar con soluciones drásticas. Todos somos en parte responsables de haber llegado al estado tan lamentable al que hemos llegado, así que ahora tendremos que acarrear con las consecuencias.
»Por cierto –continuó Irene en un tono un poco más alegre–, ¿tienes ya preparado algo del discurso para Santiago?
–Pues no, ni siquiera lo he empezado. No tengo ni idea de lo que pretende hacer este hombre, así que no quise perder el tiempo hasta que no supiese con certeza de qué se trata. Sea lo que sea, tendrá que ser un golpe de efecto brutal si de verdad quiere causar la impresión que dijo.
–Podemos esperarnos cualquier cosa; hay que reconocer que imaginación no le falta; ¡hacerse pasar por Dios! A mí nunca se me hubiera ocurrido semejante locura.
–¿Tú te has parado a pensar en las repercusiones que tendrá eso en el mundo si consigue que la gente se lo crea? –la interrogué–. Se podría lograr algo totalmente impensable hasta ahora, unificar todas las religiones de la Tierra. Si Santiago es medianamente inteligente, y no me cabe duda de que lo es, aprovechará la ocasión para hacer que la gente deje de creer en tanta monserga y tantas idioteces como en las que creen ahora.
–Sí, es cierto, yo no lo había pensado. Ya que la gente tenemos la necesidad de creer en algo, debería intentar enfocar esta creencia más hacia la propia persona que hacia lo sobrenatural, como hacemos ahora. Así se podrían evitar muchos problemas en un futuro.
»Aunque a mí me cuesta mucho creer que renuncien tan fácilmente a sus convicciones todos los religiosos del mundo, sobre todo, los más fanáticos y extremistas que, no podemos olvidar, existen en todas las religiones.
–Ya dijo Santiago que esto es algo que llevará muchos años. Más que en nosotros, tenemos que pensar en las nuevas generaciones. Como tú bien has dicho, es muy difícil hacer cambiar de parecer a una persona adulta, que ha sido educada de cierta manera; por eso tendremos que centrar nuestros esfuerzos en los niños y en los más jóvenes; ellos son los que tienen la llave del futuro. Si conseguimos influir en la educación de todos los jóvenes del mundo de forma positiva, habremos logrado nuestro propósito, te lo aseguro.
–Claro, esa es la clave; una especie de borrón y cuenta nueva, ¿no es así?
–Exacto, pero sin olvidar el pasado –le respondí–. No se puede ni se debe borrar la memoria histórica, sobretodo la de los acontecimientos desgraciados de la humanidad, para que les sirva de lección a las futuras generaciones. Yo siempre he dicho que la mejor educadora es la historia. Por suerte o por desgracia, la humanidad ha pasado ya por toda clase de vicisitudes, tanto buenas como malas; si nos propusiésemos un poco más aprender de ellas, nos evitaríamos muchas complicaciones presentes.
»Ya lo decía el historiador tunecino Ibn Jaldún en el siglo XIV: “El futuro y el pasado se parecen como dos gotas de agua. La historia se distingue por la nobleza de su objetivo, su utilidad y la importancia de sus resultados”. Este hombre intentó hacer de la historia una ciencia útil que permitiese extraer enseñanzas del pasado. Mientras otros autores creían que son los individuos quienes van creando la historia, él sostenía que es la sociedad la que crea el futuro, y que los individuos no son más que frutos de esa sociedad. Por tanto, a su juicio, el historiador debía conocer “los principios de la política, del arte de gobernar, la naturaleza de las entidades, el carácter de los acontecimientos y las diversidades que ofrecen las naciones”, porque ésos son los factores que marcan el desarrollo de los acontecimientos y permiten responder a los retos del presente.
–Estoy de acuerdo. Y precisamente, es todo lo contrario lo que está ocurriendo; en las escuelas cada vez se enseña menos historia y menos humanidades en general, que deberían de ser el pilar de cualquier civilización.
–Sí, sobretodo la filosofía. Nunca he entendido como se pueden olvidar todos los sistemas educativos de algo tan esencial como es enseñar a pensar a los jóvenes por sí mismos y a dudar de las cosas. Supongo que será porque eso no interesa a nadie. Es más conveniente para nuestros líderes y para el sistema, decirles lo que tienen que opinar y cómo tienen que hacerlo, así se evitan conflictos.
–En teoría así debe ser –respondió Irene–, pero en la práctica no es que funcione mucho que digamos. A la vista está que es muy raro el país desarrollado que no tenga problemas de violencia y falta de interés por parte de los más jóvenes.
–Claro, porque eso funciona, siempre y cuando haya unos líderes que sepan lo que hacen, aunque estén en un error, y sepan conducir a su pueblo con una coherencia y unidad a la que ninguno estamos acostumbrados. Ese es el inconveniente que tiene la democracia, que la diversidad de opiniones de toda índole que campan a sus anchas por todo el país, terminan por hacer que se pierdan muchos de los valores positivos que tienen cada una de ellas. Todo porque hay que contentar a todo el mundo buscando un término medio, cosa que es imposible de conseguir, por otro lado.
–Y supongo que eso será lo que pretende hacer Santiago, unificar los criterios de todo el mundo en base a una justa razón. ¿Y de verdad crees tú que eso será posible con la diversidad de culturas y formas de pensar tan distintas que existen en el mundo? Yo lo veo muy complicado, por no decir imposible.
–Es verdad que es complicado –le respondí–. El secreto está, como dijimos antes, en centrar los esfuerzos en la educación de las nuevas generaciones. De todas formas, no se trata de cambiar las costumbres ni la cultura de nadie. Precisamente eso es lo que no se debe de hacer nunca; hay que respetar las tradiciones de todos los pueblos, siempre y cuando, éstas estén dentro de una lógica y no atenten contra la integridad de nadie ni de nada.
»Yo siempre he defendido la idea de que para controlar a un pueblo no es necesario imponerles muchas normas. Por el contrario, éstas deben ser las menos posibles y muy básicas, pero, eso sí, su cumplimiento debe ser estricto. Es igual que cuando educas a un niño; si le prohíbes muchas cosas, terminará haciéndose un lío y, al mismo tiempo, a ti también te costará más vigilar que las cumpla todas. Si te limitas a enseñarle sólo dos o tres normas básicas, imprescindibles para una convivencia pacífica y una buena educación, todo será mucho más fácil para los dos.
»Por ejemplo, si todos hemos sido educados en el respeto y la consideración a los demás, y esa educación funciona, se podrían evitar montones de leyes que atentan contra esto que hemos dicho, como el conducir a más velocidad de la permitida, hacer demasiado ruido que pueda molestar a los demás, prohibir fumar en determinados espacios, etcétera.
–Ya entiendo; es como si cogiéramos los diez mandamientos de los católicos; si todo el mundo cumpliera a rajatabla el primero, “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, el resto de mandamientos no serían necesarios. Eso es lo que quieres decir, ¿verdad?
–Exacto. Como ves no debería de ser tan difícil y, sin embargo, resulta increíble hasta qué punto somos capaces de complicarlo todo.
–Eso debe ser por la tendencia que tenemos a tergiversarlo todo en nuestro propio beneficio, sin contar con el bien común, que, a la larga, es el que nos reporta mayores satisfacciones.
–Sí, supongo que será por algo de eso. La mayoría de la gente sólo escuchan lo que les interesa escuchar, y nada más –repuse yo.
–Seguro que lo dices por lo que te ocurrió hace un par de años con esa asociación feminista que te demandó por lo que escribiste en uno de tus libros. Yo lo leí, y tienes toda la razón, algunas personas sólo entienden lo que les interesa. Yo para nada me sentí ofendida con lo que dijiste; al contrario, me sentí más bien halagada. No comprendo como esas personas pudieron ser tan estrechas de miras.
–Eso es porque tú lo leíste bien, sin la necesidad de buscar el protagonismo que proporcionan algunos medios de comunicación aprovechándose de la audiencia que les da el morbo y el escándalo gratuito, que con tanta avidez buscan miles de telespectadores incultos y de mentes vacías –había tocado mi fibra sensible, y una vez que me lanzo no hay quien me pare.
»Pues claro que te sentiste halagada, eso era precisamente lo que yo pretendía cuando dije lo que dije, y te puedo asegurar que es así como lo siento. Cuando digo que los hombres y las mujeres somos diferentes, no me refiero a que nosotros seamos superiores sino todo lo contrario; siempre he considerado a las mujeres mucho más inteligentes que los hombres; para mí, ese sexto sentido que decís tener, no es más que el sentido común, sólo que sabéis utilizarlo mucho mejor que nosotros. Y cuando digo que estáis mejor preparadas que los hombres para cuidar de nuestros hijos, lo digo con envidia, por las cualidades de que os ha dotado la naturaleza para tan complicada tarea, como son una mayor sensibilidad, comprensión, espíritu de sacrificio y capacidad para dar amor sin esperar nada a cambio, entre otras. Y sigo pensando que es una pena que esas cualidades se desperdicien inútilmente detrás de un mostrador, en un aburrido despacho o en una cadena de montaje aguantando a un encargado machista.
»Esta gente nunca comprenderán que la violencia de genero, como ellas la llaman, no tiene nada que ver con el machismo, sino con la educación. A mi, como a todos los de mi generación, nos educaron en el machismo. En mi casa éramos siete hermanos, cuatro hembras y tres varones, y a mi madre nunca se le ocurrió mandarme a mi o a mis hermanos a fregar los platos o limpiar el suelo; eso lo hacían mis hermanas. Sin embargo, los varones, cuando llegamos a una edad, nos íbamos a trabajar a la carpintería que tenía mi padre. Era lo normal, nadie se quejaba ni llamaba machista a nadie. Y ya ves, nunca se me ocurriría levantarle la mano a una mujer. Las mujeres debéis entender que, mientras falle la causa raíz que es la educación, habrá violencia, de género o como se la quiera llamar, ya que la violencia siempre se ejerce desde el más fuerte hacia el más débil, que normalmente soléis ser vosotras las mujeres.
»Con lo que la conclusión es que seguirá habiendo más y más violencia en un futuro, ya que se está dejando en un segundo o tercer plano lo más importante, que es la educación de nuestros hijos, y lo peor es que lo hacemos a cambio de tener más lujos y más comodidades.
–No es necesario que te justifiques conmigo –me tranquilizó Irene; creo que un poco sorprendida por mi innecesario discurso–. Yo te comprendo perfectamente. Además, en tu libro lo explicas muy bien, sólo que hay que saberlo leer, como tú dices. Por cierto, ¿cómo acabó todo aquello?
–Al final no me demandaron, no se atrevieron, la gente suele hablar mucho pero a la hora de la verdad se quedan en nada; no deberías creer todo lo que oyes por televisión, la mitad es mentira y la otra mitad, seguro que exagera. Cuando llevas un tiempo siendo un personaje público, acabas por acostumbrarte.
»Entonces va a ser verdad que has leído mis libros –quise cambiar un poco el tono de la conversación–. Y dime, ¿cuál de ellos ha sido el que te ha gustado más?
–Sin duda, Reflexiones de una cigüeña. Me pareció impresionante la capacidad que tuviste de reflejar las enormes diferencias que existen entre el tercer mundo y nosotros desde la perspectiva de un animal completamente irracional como es una cigüeña. Supongo que te debió de costar mucho trabajo escribirlo. ¿Cómo se te ocurrió una idea tan original?
–La verdad es que me costó bastante, sí. Se me ocurrió como todo, de repente, al mirar a una cigüeña en mi pueblo. Pensé que, pasando la mitad del año en África y la otra mitad en Europa, si pudieran hablar, seguramente tendrían muchas cosas que contar; así que me dije ¿por qué no ponerle yo la voz?
–Vaya, dicho así, parece muy fácil. Siempre he admirado mucho el trabajo de un escritor. A mi me cuesta un mundo hasta escribirle una carta a mis padres. Tiene que ser muy bonito disponer de esa facilidad que tenéis para contar cosas; eso sin contar el bien que le hacéis a la sociedad denunciando las injusticias sin importaros las consecuencias; y encima os ganáis la vida así, vaya chollo.
–Pues para que veas, yo también he admirado siempre lo que vosotros hacéis; y no lo digo por cumplir, te lo digo con toda sinceridad. ¿Qué merito tiene el ponerle voz a las injusticias del mundo desde la seguridad de tu casa? Lo vuestro sí que tiene verdadero mérito. Le ponéis las imágenes a esas mismas injusticias in situ, arriesgando vuestras vidas en ello. Eso es auténtica vocación y lo demás son tonterías. Además , para mí, esto es un negocio muy lucrativo, sin embargo vosotros, estoy seguro de que ninguno os haréis ricos con vuestro trabajo, a pesar de ser mucho más sacrificado y complicado.
–Bueno vale, está bien; lo dejaremos en tablas. Ya nos hemos engordado lo suficiente mutuamente. Ahora será mejor que nos vayamos; Santiago debe de estar ya esperándonos.

 

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Escrito por Pedro (Desconectado Offline), el 07 de abril de 2008
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Cuando llegamos al museo, el conserje, que era el señor mayor que nos atendió la última vez, nos condujo hacia el despacho del director. Allí se encontraba Santiago, hablando con Luis, el director del museo. –Vaya, me alegro de veros – ... Leer mas


 
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