Me hablas de promesas que he roto cuando ni siquiera he cumplido ni una de ellas además de que me vi forzado a aceptar tus exigencias, pero no me obedecen mis pies, quieren que vaya a la tienda, que compre lo que necesito, quieren hacerme sentir bien, que mi andar sea jubiloso y con porte indomable, sin miedo ni pena, que el mañana nunca viene y la juventud no se marchita ni se esconde al pie de un arbol de bondadoza sombra, sino que resplandesco ante el asombro de todo aquél que me ve pasar por los senderos de ese parque confuso mientras te agarro de la mano dándote luz para que brilles conmigo y, sin embargo, me reclamas. Dices que mi vida no puede continuar de esta forma, que te estoy destruyendo, que tenga compasión de tí, que me amas y no me quieres ver cada vez más adentrado en esa espiral descendente en la que dices que te arrastro y te consume. No me quieres ver enterrado con un epitafio pobre y que me utilicen de moraleja de lo que no se debe hacer. Siempre que me dices esto último... me estremesco. Pero mujer estoy brillando, ese brillo no acabará... hasta que vaya a la tienda por más.