Golpes noruegos
Escrito por Gabotto (Desconectado Offline), el 28 de marzo de 2008
Golpes noruegos
Pibe, decime, ¿cuánto es mucho ruido para vos?, lo increpó un grandote que parecía ser el que llevaba la batuta en el lugar. De fondo, entre el zumbido de una mezcladora y dos o tres mazas que picaban desparejas, estallaron las risas con chirridos de sapucai. Martín apretó los dientes y ahogó una infinita puteada, de esas que reviven el criollísimo duelo entre el puerto y el resto del país.

La había conocido la noche anterior en un pub de Retiro. En una gesta histórica, e histriónica, de esas que después se recuerdan en las cenas con amigos, endulzó los oídos de la bella noruega con su repertorio de frases, que alternaban entre lo poético y lo barrial, en un improvisado dialecto mezcla de español, inglés y gestos universales. La excusa de llevarla a conocer la ciudad fue todo lo que necesitó para que ella terminara esa tarde en su monoambiente. La formalidad del saludo y las trivialidades habían durado tan sólo un par de minutos. El romanticismo de los besos y las caricias se convirtió en una calentura salvaje, instintiva, en una masa de gemidos, transpiración y cuerpos que modificaba su forma de manera constante, pero no así su esencia. Martín no podía creer el momento que estaba viviendo: ella era perfecta, sus rasgos tan femeninos, sus curvas tan exactas, el sabor y la textura de su piel tan suaves que los muchachos no le iban a creer cuando les contara.

Sigue, no importante, intentó retenerlo Tina en su rústico castellano cuando empezaron los martillazos. Sí, is very important, contestó él al mismo tiempo que se desenredaba de los brazos de ella. Así I can´t do it, I need concentration, alcanzó a decir mientras salía a medio vestir por la puerta. Esto no me puede pasar a mí, pensó ya en el ascensor. Otra vez no. Cuatro meses sin tocar a una mina, me levanto una “Barbie” y me pasa esto. Estoy meado por Godzilla. Nunca más voy a tener una así, en bolas, en mi casa, gratis. Tienen seis mil metros cuadrados para construir y justo ahora se les ocurre romper las pelotas en la medianera. ¿Por qué no habrá paro de la Construcción? ¿Se me volverá parar? Viagra no tengo, así que voy muerto. ¿Tendré más forros? ¿Voy hasta el kiosco y compro? Ya fue. Pobre mina, no debe entender un carajo. ¿Y si me afana algo? ¿Estará revisando la casa? ¿Habrá prendido la tele? ¿Quién será el capataz? El gordo tiene pinta de ser el que manda. Jefe, ¿usted es de acá?

Al regresar a su departamento, vio el cuerpo desnudo desparramado en el sillón. Ahora sí, parece que van a parar one hour, mintió con una sonrisa soberbia. ¿En qué estábamos? Tina ya no regalaba su infinita sonrisa como al principio y el celeste de sus ojos había pasado de la calidez del mar tropical a la frialdad de las aguas de su norte natal. El silencio fue la única respuesta que Martín recibió y se dio cuenta de que iba a tener que empezar otra vez de cero. Dale, honey, it´s all ok, ¿a ver cómo era eso de los norway´s kisses?, la provocó. Luego de una ardua negociación, de jugar al gato que persigue al ratón entre la cornisa del sí y el vacío del no, el ambiente y los cuerpos comenzaron a recuperar la temperatura perdida. Qué buena que está, no lo puedo creer. Después de esto me puedo morir tranquilo. O encerrarme en un templo budista. ¿Se copará si le digo de sacarnos fotos? Martín comenzaba otra vez a sucumbir ante la belleza y la dulzura de la hermosa noruega, cuando los martillazos desparejos de las mazas vecinas demolieron de manera inmediata el clima y su erección. No te puedo creer, alcanzó a decir con voz entrecortada, ¡qué gordo garca! ¿Garca?, preguntó ella con dificultad. En un acto reflejo prendió la tele con la esperanza de que los ruidos se anulen entre sí, pero el resultado de la combinación de golpes y testimonios en Cuestión de Peso no hizo más que empeorar la situación. ¿Are you ok?, preguntó Tina. Sí, sí, vení, going to the bathroom, propuso él y la tomó de la mano. En el baño el ruido era aún peor. Los azulejos vibraban y cada tres o cuatro mazazos titilaba la luz. ¿Qué hago? ¿Le digo de ir a su hostel? ¿Vamos a tomar algo y probamos cuando volvemos? ¿La llevo a un telo? Martín empezó a sacar y vaciar sistemáticamente los cajones del vanitory en búsqueda de algo que sólo él sabía qué era, mientras repetía, entre cajón y cajón, te lo juro, honey, esto nunca me pasó antes. Ella aburrida lo miraba desde la entrada del baño, como si fuera un maniático de una película de Woody Allen.
Al volver al living con los dos pares de tapones para los oídos, encontró que la puerta estaba entreabierta y que Tina y su ropa se habían ido. Por Dios, soy un boludo, no me puede pasar esto, repitió mientras se ponía el jean y bajaba descalzo por las escaleras. Ya en la vereda del edificio vio a la noruega que paraba un taxi y se subía. Le gritó dos veces, pero ella no lo escuchó. O simuló no hacerlo. Desde la puerta de la obra, dos albañiles le chiflaron a la rubia, al auto y al humo del escape que quedaba en el aire. Unos metros más atrás, el gordo, que cerraba las chapas de la entrada con cadena y candado, aprobó con una sonrisa desdentada el buen gusto de su cuadrilla con las mujeres y con sus víctimas.
· FIN ·

 

 
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