Vanessa

En aquellos momentos su dolor era tan intenso que nada ni nadie parecía importarle ya. Vanessa se metió en la cama y descubrió que todo el amor que había estado sintiendo durante esas preciosas semanas se había convertido en odio, en rencor, en un deseo irrefrenable de acabar con todo. Las luces de su modesto vehículo iluminaban la carretera del faro mientras avanzaba a gran velocidad sorteando las peligrosas curvas que la separaban de su adverso destino. Pronto llegó a lo más alto, aparcó, quitó la llave del contacto y entonces sus sombríos pensamientos se mezclaron con el sonido del viento que azotaba la costa incansablemente.

Salió del coche y se acercó con paso firme a la barandilla que la separaba del abismo. Abajo se podía vislumbrar el estremecedor rugido de las olas del mar y Vanessa, aún sintiéndose frágil, se situó al otro extremo de la barandilla y se agarró con las manos mirando frente a frente al precipicio. ¿Por qué la vida había sido tan cruel con ella? pensó durante unos instantes. Pero no supo qué contestarse y allí permaneció inmóvil durante un tiempo indefinido tratando de encontrar una manera de despedirse del mundo sin desvíar su triste mirada de las violentas olas que permanecían ajenas a su tragedia. Entonces Vanessa apartó sus ojos de las olas y observó el horizonte.

Los rayos del sol golpearon el océano convirtiendo la espesa negrura que fundía el mar y el cielo en un infinito espectáculo anaranjado de una belleza sobrecogedora. Vanessa se quedó extasiada con aquella imagen, sus manos de pronto se aferraron con más fuerza a la barandilla y su alma experimentó súbitamente una inexplicable y apacible sensación que nunca antes había advertido. Su rostro se iluminó por el poderoso sol naciente y en su interior comprendió que el mundo estaba lleno de una extraña e irónica belleza que ella no había sabido comprender hasta entonces. Tal vez fue aquella visión lo que provocó que Vanessa regresara a su coche y emprendiera el camino de vuelta a casa.