Tú bebes, tú hablas
Escrito por nalen_noise (Desconectado Offline), el 15 de julio de 2008
Su expresión denotaba cierta melancolía. Mantenía la mirada baja, como si no quisiera que le mirase, como si esos ojos me ocultaran algo que era imposible explicar con palabras.
- ¿Eres escrupulosa?
- ¿A que viene esa pregunta?- respondí manteniéndome a la defensiva.
- Era por si no te importaba que bebiéramos del mismo vaso, es el único que tengo de whisky...
- ¿Pretendes emborracharme?
- No, no es eso. Ahora es como la otra vez, yo he hablado, ahora tu bebes.
- Beberé si quiero y, no es el caso.
- Vamos, Adriana, sabes que lo único que quiero es saber un poco de ti. A diferencia contigo, yo no tengo fotos para hurgar en tu pasado. Vas a tenérmelo que contar sin ayuda de material de ningún tipo... Sólo palabras.
- Palabras etilizadas.
- ¿Qué tiene de malo?
- Bueno- dije al pensarlo por unos instantes,- está bien.
Tomé el vaso y me lo llevé a mi lado. También cogí la botella y vertí dos o tres centímetros de whisky. No estaba acostumbrada a aquello, en mi vida había bebido, excepto en Navidad, comidas familiares... Pero eso no contaba. El alcohol no era algo que me atrajese, es más, prefería evitarlo.
- No entiendo todavía como te puede gustar esto.- dije cuando pude sentir el olor del whisky, demasiado fuerte para mí.
- No es cuestión de gustar o no gustar,,, Te lo voy a explicar de una manera muy sencilla. ¿Te gusta llorar?
- ¿A quién le gusta llorar?
- Pero, ¿a qué casi siempre, al final de una película, te pegas un berrinche?
- Si, pero al final. El sabor del alcohol es al principio.
- No importa el orden, lo único que cuenta realmente es el resultado final. Cuando ves la película lloras pero, te quedas con que has visto un filme maravilloso. Igual con la bebida, el primer trago quizás te cueste un poco pero, al final, es una se las mejores sensaciones que he experimentado nunca.
- Estás muy equivocado.- dije mientras examinaba el vaso.
- No lo creo... ¿A qué esperas?
Lo miré, vi que me observaba con una sonrisa pícara y, sin pensármelo dos veces, bebí como el lo hacía, de un trago y sin respirar.
- ¡Es peor que comer mierda!- exclamé asqueada.
- Cosas peores habrás probado. Además, llega un momento en que te sabe a agua...
- ¿Bebes muy a menudo?- pregunté mientras me limpiaba la boca con el puño.
- Cuando lo necesito. Vivir solo es muy duro y de vez en cuando te apetecen unas risas, o te apetece recordar... Sinceramente, a mi si me gusta llorar.
- Comprobado, estás loco de remate.
- No, soy humano, que es distinto.
Cogió la botella y la inclinó para llenarme otra vez el vaso.
- ¿Más?- pregunté histérica.
- ¡Si no has bebido nada aún!- protestó- Venga, un poquito más...
- Me duele la cabeza.
- ¿Y qué esperabas? ¿Echar a volar? Todavía me tienes que contar muchas cosas.
- Hagamos un trato, no es justo que yo beba y tú no.
- ¡Yo ya he bebido!
- ¡Pero no se te nota! Estoy muy mareada y no se que va a ocurrir cuando me beba eso.
Empinó el vaso y se lo bebió él.
- El próximo te lo bebes tú.- dijo poniendo el vaso sobre la mesa de un golpe seco.
Volvió a llenarlo. Aquella imagen no paraba de repetirse en mi cabeza, me iba a volver loca si todavía no lo estaba.
- Todo tuyo.- dijo a la vez que arrastraba el vaso hacia mi lado.
Lo miré con detenimiento. No estaba segura de si tenía la misma cantidad que la primera vez, o si era del mismo color, o si sabría a lo mismo... Empezaba a estar paranoica.
- Aún no sé qué quieres que te cuente.
- ¿Por qué no empezamos con tu nombre?
Bebí de golpe, como lo hice la primera vez pero, este trago no me supo tan mal. Quizás fuera porque tenía la lengua dormida o por la garganta quemada.
- No tengo nombre.- dije evitando una cara de asco al notar el sabor del alcohol en mis papilas gustativas.
- Venga, salgamos del punto de partida,- suplicó- no sigas como al principio.
- Te lo juro, no tengo nombre.
Me miró y pude notar el color que adoptaron sus mejillas.
- Vale, te creo.
- No necesito nombre.- empezaba a tener la lengua floja- ¿Para qué? Nadie tiene por qué saber quien soy realmente, a nadie le importa mi vida.
- A tus seres querido sí.
- ¿Quiénes son esos?- no podía dejar de hablar- Si me fui de mi casa fue por alguna razón, y si no fui a la de ningún amigo, también. ¿No habías pensado en eso?
- He pensado en tantísimas cosas que ya no recuerdo con claridad...
- Nadie me quería, nadie se preocupaba por mí. Bueno, quizás si me quisieran pero, no de la manera que yo quería que me quisieran... No se si me estoy explicando.
El asentía con la cabeza. Perecía como si le pesara.
- Porque si mis padres no me quisieran no hubieran puesto a cincuenta mil patrullas en mi búsqueda.
- ¿Lo habrán hecho?
- Seguro, aunque aquí estemos aislados, conozco a mis padres y no me hace falta ver la televisión para saber qué estarán haciendo en este preciso momento.
- ¿Qué están haciendo en este preciso momento?
- Hablar con los medios de comunicación. Son periodistas frustrados y están muertos por ganar un poco de fama y reconocimiento popular de la manera que sea. ¿Sabes? Les hecho un gran favor. A hora van a disponer de todo lo que querían, de todo lo que llevaban toda su infeliz vida deseando. No pienso aparecer por mi casa nunca jamás.- incliné de nuevo la botella y volví a llenar el vaso- Aunque tenga que dormir debajo de un puente, o en un corral apestoso, me da igual, seré siempre la hija desaparecida. Me gusta ser la hija desaparecida.
- ¿Tienes hermanos?- preguntó.
- No,- volví a beberme el whisky de un trago- y eso da mucho más dramatismo al asunto. Siempre dirán que están mucho más tristes de lo que en realidad están. A mi madre le vuelven loca las escenitas en público, las broncas en plena calle, los gritos en lugares cerrados y las lágrimas en el autobús para que venga el típico pamplinas y le pregunte: “¿Qué le ocurre, señora?” y mi madre tenga la excusa perfecta para contarle su triste y ajetreada vida. Al principio la gente se compadecía de ella, ahora es el objeto de las risas, el prototipo de mujer desesperada, insatisfecha en la cama y nula en lo que a la vida social respecta.
Me lloraban los ojos y, en vez de a un solo Adrián, veía a dos, No sabía con claridad si la silla en la que estaba sentada se había quedado coja o que todo a mi alrededor se había vuelto completamente majareta.
- Estoy muy pero que muy muy borracha y ya no se ni lo que digo.
- ¿No tenías amigos?- continuó interrogándome. Él también estaba muy bebido pero lo disimulaba mucho mejor que yo.
- ¿Amigos?- solté una amplia carcajada- ¿Esos hipócritas que cuando los miras te sonríen y, cuando te das la vuelta te clavan un hacha por la espalda? Me he llevado muchos palos a lo largo de la vida y he podido comprobar que es mejor estar sola que mal acompañada. Puedo hacerlo todo por mi misma, no necesito ayuda de nadie. Me han traicionado tantas veces... En el colegio era la típica niña gorda, de la que todos se reían, a la que el profesor no prestaba atención por miedo a perder la popularidad entre sus demás alumnos. En mi vecindario, la hija de la histérica. ¡Ya ves cómo afectó la forma de ser de mi madre para mi vida! Aquello me privó de conocer gente, de que, al menos, me respetaran. Al instituto iba cuando me escapé. Pero, no te pierdes nada, la verdad. Cuando mayor es la gente, peor se porta contigo. Es lugar de las conveniencias a mansalva. Cuando tienes unos buenos apuntes, la gente te adora pero, si se dan cuenta de que no les sirven, te tiran los papeles a la cara y se ríen de tu vestimenta, color de pelo o de lo que fuera. ¿Amigos? No, gracias.
Agarré la botella de Ballantines y me puse a beber a morro.
- ¡Eh, eh!- dijo quitándome la botella de las manos.
- ¡Odio ese vaso!- grité- ¡Lo odio a morir!
Cogí el vaso y, con furia, lo estallé contra el suelo. Tras el estruendo que hicieron los cristales, el silencio duró tan solo unos instantes y fue interrumpido por mi llanto. Se levantó y vino a consolarme.
- Apestamos a alcohol- dije entre sollozos- ¿Por qué hemos tenido que llegar a esto?
- Bueno, hay veces que es necesario llorar para sacar todo lo malo que tenemos dentro, todo lo que nos perturba, lo que no nos deja dormir. Llora cuanto desees pero, vamos a la cama, aquí nos vamos a cortar con los cristales.
- Lo siento,- me disculpé- No lo he pensado y...
- No tienes por qué pedirme perdón, lo hecho, hecho está, ya no podemos dar marcha atrás.
Intenté ponerme en pie pero casi me caigo, no podía mantener el equilibrio y el tuvo que llevarme en brazos. Durante el trayecto me quedé dormida. Ya eran las siete de la tarde y ni siquiera habíamos desayudado. No nos habíamos acordado pero, tampoco lo echamos demasiado en falta.
Me tendió sobre la cama y procuró ponerme de lado para evitar problemas mayores.

 

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