A simple vista el mundo parecía normal.

En la fábrica genética de la T y C, se diseñaban cada una de las partes del cuerpo humano con una perfección tal, que previo un excesivo pago y la obligatoria aceptación de la instalación de un micro chip, los clientes podían solicitar que se les renovara cualquier órgano, incluyendo su cerebro, con un riesgo igual a cero. La misma Joan Cohen, directora de este centro, era el mejor de los ejemplos. Una mujer autoritaria, de apariencia ruda. Siempre esbelta. Moldeando sus curvas en traje de cuero, con su cabello negro recogido o cortado al cuello, generalmente contrastando con sus ojos blancos, similares al hielo seco, impenetrablemente ciegos.

Se dirigía a paso firme a las oficinas del otro director, Jon Doyle.
Él la esperaba.

- Es tu muchacho otra vez – refunfuñó mientras colocaba la placa frontal de las noticias al aire.
- ¿Quién? ¿Matías Braun?...pero si es un buen muchacho.
- ¿Ahí lo tienes?
- ¡No puede ser él, su padre fue una eminencia!
- ¡Jon, tienes que hacerme caso...!

Le enseñó una carta plásmica de estilo antiguo, tipo germánico, y como noticia simpática e irreverente, un flash en el canal libre, en el que simpre salían notas del desconocido Duque de las Gárgolas.

“GARGOLA DE HOY: MR PRESIDENT”

“Mr. President, puedo aceptarle que me califique de antisocial o apocalíptico, puede decir lo que quiera. Sr. Presidente del mundo, gracias por nada. Su necesidad de fingir que quiere protegernos es absurda desde cualquier ángulo y todo ese equipo de científicos alineados a su majestad, “el justo rey del mundo libre”, no son otra cosa que unos peleles que no pueden ver más allá de sus narices, enamorados de la figura de gloria que pretenden representar, sintiéndose indispensables para el futuro de la humanidad. Pues déjeme decirle algo: ¡No hay nada que su inteligencia pueda hacer para llevarnos hacia la felicidad! ¡Sencillamente nada, no pueden lograrlo! Apenas pueden conseguir unos baratos trucos de magia a los que llaman ciencia, pero absolutamente nada para alimentar lo esencial, al interior de la carne. Absurdo, realmente patético. Esto no parece preocuparle, su actuación, dirigida por expertos, logra esconder lo oscuro que hay detrás de su mirada. Aunque…, procure reflexionar, ¿Cuánto tiempo más su pueblo le consentirá esta broma de mal gusto, este dulce cargado de cafeína con el que los compra y excita?
¿Cómo le puedo explicar lo que significa vergüenza? Es un vulgar viejo, ebrio de poder.”

Por unos momentos el silencio fue atronador.

- No es mi muchacho – agregó Doyle a modo de excusa.
- ¿No?, pues ¿quién es? Tu deber es encontrarlo – le respondió Joan.
- No hace daño pero... ¿qué se propone este tipo?
- Se está burlando de todo-
- ¿Le temes?
- ¡Por supuesto!¡Claro que le tengo miedo! En cada aparición anda dejando
entrever que tiene información clasificada!
- Lo sé. Lo sé. Sólo que te veo demasiado alterada.
- Pues resuélvelo Jon, o lo hago yo.
- Tranquilízate, revisaré todo el asunto y ya te avisaré.

Ella se fue con más ganas que antes de tomar todo aquello entre sus manos. Le daría uno o dos días, no más. El chico, suponiendo que sus sospechas fueran ciertas, se había trasformado en una amenaza.